Se ha dicho que el Papa Francisco está cercano a la “Teología del Pueblo” y también al peronismo, “movimiento político por el que se expresan los sectores marginados de Argentina desde el año 1945” (E. Cuda, Para leer a Francisco, 2016). Considerando el daño que las políticas intervencionistas del peronismo han ocasionado desde entonces, conviene analizar la tesis con cautela.
Un obstáculo clásico es la definición, porque el peronismo ha sido de todo: fascista, conservador, socialista y hasta “neoliberal” en los años de Menem. La doctora Emilce Cuda no colabora a la clarificación al decir cosas como: “La Teología del Pueblo reinterpreta la categoría de pueblo como parte popular del pueblo, como parte pobre y trabajadora del pueblo”.
La siguiente complicación de esta retórica vacua típica del populismo es que no siempre queda claro qué piensa el Papa y qué piensa la autora. Recordemos que en la historia de la Iglesia se combinan elementos liberales con elementos antiliberales, y parece que el actual Pontífice ha potenciado estos últimos, pero de ahí a convertirlo en un antiliberal pleno, como parecen los teólogos populistas, media un trecho.
Por ejemplo, según la doctora Cuda, la prueba de que Francisco se inscribe en la Teología del Pueblo es cuando “pone en el centro de su discurso al pobre y lo relaciona de manera directa con la riqueza como su causa principal”. Esto es importante, porque se trata de una consigna clásica de la demagogia izquierdista y populista, y es una patente falsedad: si la causa principal de la pobreza es la riqueza, entonces estamos en un mundo de suma cero, es decir, un mundo en donde la riqueza global no puede aumentar. Y sabemos que ha aumentado, como sabemos que cientos de millones de personas han dejado atrás la pobreza extrema en las últimas décadas.
¿Es esta visión extremista, dogmática y falaz, la del propio Papa? Creo que no, aunque esto requiere una lectura más matizada que la de la profesora Cuda que, en vez de reconocer esos matices en este Papa y en los demás, procura resolver el problema con notables distorsiones y simplificaciones del liberalismo, mientras pasa púdicamente por encima de la violencia política comunista y peronista en la Argentina y América Latina. Véanse los algodones entre los que inserta la “acción revolucionaria” en la Teología de la Liberación en la pág. 99. Eso sí, el documento del cardenal Ratzinger de 1984 condenando esa teología le parece a la autora que “provocó interpretaciones muy desafortunadas”.
Desafortunado es este libro, y sus presunciones localistas: “Mientras el Occidente europeo pregunta por el ser, el latinoamericano saborea el estar, al cual relaciona, y a su vez distingue, con el acontecer”. Y el constante y absurdo victimismo que explica Latinoamérica a través de culpas externas: “las tres invasiones culturales que padece el pueblo latinoamericano: la ibérica de la conquista; la inglesa y francesa del siglo XIX, el iluminismo; y la norteamericana del siglo XX”. No creo, no quiero creer, que el Papa comparta semejantes desatinos.