Una de las escenas más célebre y divertidas de La Vida de Brian es cuando los rebeldes de Judea, para probar que lo mejor que les podría suceder es liberarse de la opresión del Imperio, se preguntan: “¿qué han hecho por nosotros los romanos?”. Cuando parecía que la respuesta evidente debía ser: “nada”, empiezan a darse cuenta de los beneficios que les habían correspondido precisamente por ser súbditos de Roma. No es casualidad que, para ilustrar sus tesis anti-independentistas, en UPD hayan recurrido a una parodia de esa escena.
La “imperiofobia”, en tanto que “inevitable estereotipo nacido de la mezcla de admiración y envidia”, es el título del reciente libro de María Elvira Roca Barea, publicado por Siruela. Dice esta investigadora que la imperiofobia es un prejuicio racial, de un pueblo débil hacia otro más poderoso, pero un prejuicio feliz porque goza de prestigio intelectual. Es un racismo inmune a la crítica, no como los demás racismos, y no es propagado especialmente por el pueblo sino por las elites más cultas. “No hay leyenda negra donde no haya una clase letrada con capacidad para convertir el malestar de un pueblo que orbita alrededor de un imperio o se opone a él, en un conjunto de motivos bien organizados que justifiquen la opinión común de que el pueblo imperial es bárbaro, cruel, inmoral y poco dotado intelectualmente”.
Estos tópicos imperiofóbicos surgen de modo parecido en los diversos casos: “Su semejanza resulta de las circunstancias análogas que provocan su nacimiento: orgullo herido y necesidad de no sentirse inferior (o agradecido), y oligarquías regionales asentadas desde antiguo que se ven en peligro”.
Para que la imperiofobia se extienda, la propaganda debe subrayar dos mensajes: que el imperio impide la prosperidad económica, y que despliega una crueldad incomparable. Esa propaganda tuvo mucho éxito en nuestro país, cuando lo cierto es que la economía creció en la España imperial, y la represión no fue mayor aquí que Inglaterra, Alemania u Holanda, países protestantes que se destacaron por sus campañas antiespañolas.
Así, todo el mundo sabe lo que le sucedió la Armada Invencible, pero pocos saben que Inglaterra intentó invadir España y el ultramar español en cinco ocasiones, y en todas esas oportunidades fue derrotada. Ahora se conoce algo más en España de la victoria de Blas de Lezo en Cartagena de Indias en 1740, pero pocos están familiarizados con el desastre de la llamada “Contra-Armada” de 1589, y sospecho que solo los argentinos sabemos que los ingleses intentaron conquistar Buenos Aires infructuosamente dos veces, en 1806 y 1807.
Concluye la profesora Roca Barea: “Lo que hay que preguntarse no es por qué el Imperio español se vino abajo en la primera mitad del siglo XIX, sino cómo consiguió mantenerse en pie tres siglos, porque ningún fenómeno de expansión nacido en Europa Occidental (y nunca dentro de ella) ha conseguido un periodo más largo de expansión con estabilidad y prosperidad”.