Un viejo chiste de argentinos es: el mejor negocio del mundo es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Lo interesante del chiste no es que sea verdad, aunque una verdad que vale para buena parte del planeta. Lo interesante es por qué se singulariza a los argentinos de esa manera. Sospecho que tiene que ver con el extraordinario retroceso que padeció el país en el último siglo, tras haber registrado un crecimiento análogamente abrupto.
Como dice José Luis Espert en su reciente libro, La Argentina devorada, a finales del siglo XIX, entre 1875 y 1896, “Argentina creció más rápido que el promedio entre Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda, y llegó a tener el mismo nivel de PIB per cápita que ellos”. Hoy es el 40 % de ese grupo, y el 35 % de la población vive en la pobreza. En 1930 la renta per cápita era cuatro veces superior a la brasileña, y hoy es solo un 50 % superior; duplicaba a la de Chile y hoy es un 25 % más baja; era 3,5 veces superior a la de Venezuela, y hoy apenas es un 25 % más alta. El país estuvo entre los diez más ricos del mundo.
Eso es lo que se perdió, y lo que sacudió el orgullo de los argentinos, situándolos ante (ahora ya no lo hacen tanto) en el ridículo del pretencioso, como en el famoso tango Cuesta abajo: “La vergüenza de haber sido/El dolor de ya no ser”.
Hoy Colombia, Perú, Ecuador y hasta Bolivia tienen una renta per cápita superior a la Argentina, que duplicaba la de esos países en 1945. La tesis de Espert es que el hundimiento del país se produjo por una combinación de perdurables políticas antiliberales, animadas por tres corporaciones que causaron un enorme daño: los empresarios no competitivos, los sindicatos y los políticos.
No es que la Argentina no creciera, es que los demás países crecieron más. Así, para pasar de un PIB per cápita de 6.000 a otro de 9.000 dólares, España tardó nueve años (1969-1977) y Chile tardó siete (1989-1995), pero Argentina tardó cuarenta años, de 1966 a 2005.
“A contrapelo de la historia del mundo, nuestros empresarios prebendarios, los sindicatos y los políticos, o sea, los que tienen el poder de lobby para fijar la agenda en la Argentina, nos quieren hacer creer que importar destruye empresas, hace que se pierda trabajo argentino, que caigan los salarios reales y que la economía sea un tobogán sin fin. Y lo peor es que les creemos”.
Yo que usted no me perdería este rincón el próximo lunes.