Con la riqueza y la pobreza suele suceder que su constatación confiera una suerte de primacía ética que a su vez se transforme en imperativo intelectual: si yo tengo buenos sentimientos hacia el prójimo, entonces mi diagnóstico sobre la realidad tiene que ser correcto. ¿Verdad? Pues no, no es verdad.
Genial y claro, como siempre, ya esta bien de tanto aficionado haciendo de economista, aunque se trate del pripio Papa.
Sigo sus diagnósticos y recetas económicas, que admiro y suscribo en su mayor parte, pero lamento que su admirable libertad de prejuicios y perjuicios no sea suficiente para asumir que el descontento social por el mal reparto de la riqueza de nuestro pequeño planeta no es fruto solo de la torpeza de las élites políticas intervencionistas. Argumentar que el hecho de que la existencia de ricos y pobres son dos sucesos sin ninguna vinculación entre ambos es, a mi modesto entender y coloquialmente dicho, pasarse de frenada.
Sin una gran formación en economía, tengo siempre presente su popular definición (de la economía) como el de la ciencia que estudia la administración y gestión de unos recursos limitados. Y ese único hecho, el ser limitados y no ilimitados, es el que invalida el referido argumento.
Si una carrera fuese participada por infinitos corredores podemos decir que no habría jamás un perdedor (si un ganador) de igual modo que si los recursos materiales fuesen infinitos, jamás nadie carecería de estos (habiendo igualmente alguien que tuviese más que cualquiera de los demás). No puede haber primero si no hay un segundo, ni buena salud si no existe la enfermedad, ni un rico si no hay pobre. Ambos términos tienen sentido precisamente por su oposición natural, y nunca sabríamos explicar su significado si solo existiese uno de los lados de la ecuación.
Podemos procurar avances técnicos que multipliquen los recursos (eso ha salvado a la humanidad del colapso en numerosas épocas históricas) pero no los haremos jamás infinitos. Siempre habrá un reparto, previsiblemente desigual. Ahora conviene que el reparto sea en base a justos méritos (no precisamente el linaje de origen), y que el más agraciado en este sea generoso y reparta parcialmente los bienes (voluntaria o involuntariamente), para que el que carezca de estos no vea la mentira y la violencia como único modo de conseguirlos. Y siempre hay alguien dispuesto a ello.
Un atento saludo
Muchas gracias por su interés. No es «pasarse de frenada». Se llama «falacia de la suma cero». Y sólo cuando no hay mercado es cuando la riqueza de unos comporta la pobreza de otros. Puede usted leer «La economía en una lección» de Henry Hazlitt, en Unión Editorial, y también, con perdón, «El liberalismo no es pecado», en Ediciones Deusto.