Este libro [Ibex35] ha entusiasmado a jerarcas de Podemos, y lo comprendo, porque se ajusta bien a los códigos del pensamiento antiliberal. Presume de ser “una historia herética del poder”, pero a mi juicio resulta bastante convencional.
Doña Irene Montero leyó al comienzo del volumen que las empresas del Ibex 35 valen en Bolsa el 50 % del PIB, pero emplean al 7,35 % de los ocupados, y tuiteó rauda: “desmontando mitos”, como si hubiera resuelto el quid de la perversidad capitalista. Diego Sánchez de la Cruz desmontó el disparate en Libertad Digital. Pero qué más da. Aquí estamos a lo que estamos, que es denunciar a los que nos mandan realmente; que no, no son las autoridades, no es la Agencia Tributaria sino las empresas, en una trama secreta que el doctor Juste nos va a desvelar generosamente.
Parece como si pretendiera haber descubierto el capitalismo de amiguetes, es decir, la usurpación de la libertad y los bienes de los ciudadanos mediante la alianza del poder político con empresarios que no buscan competir sino aprovecharse de los privilegios que dicho poder concede. Llega más de dos siglos tarde, puesto que ya lo denunció Adam Smith en 1776. Y desde entonces el liberalismo ha insistido una y otra vez en esta idea, subrayando la lógica de la acción colectiva, por recordar a Mancur Olson.
Pero en este libro hay más consignas que análisis, más anécdotas que razonamientos. Juste pretende revelar lo que está oculto en las sentinas del poder, como si no supiéramos que el peso interventor de las Administraciones Públicas es lo que explica la presencia de políticos en los consejos de administración de las empresas, para que usted crea que lo malo son esas empresas y las puertas giratorias, y no la economía intervenida por el poder. No el Estado. Más aún, la clave es que usted crea que el Estado, lo que se dice el Estado, casi, casi no existe ya.
Usted protestará: después de todo, usted cada vez paga más impuestos y padece más prohibiciones, controles y regulaciones de toda suerte. Qué más da. El autor le insistirá en que “los poderes económicos…extienden sus intereses en perjuicio de unos Estados cada vez más débiles”. Dice seriamente que la energía es “un sector totalmente liberalizado y privatizado en su conjunto”. Una persona que cree eso puede creerle, sin ir más lejos, a Mario Conde, cuyos ensueños paranoides son citados con aprobación en varias oportunidades. Al final, la culpa la tuvo…el Opus Dei.
Hay multitud de historias y decenas de nombres propios, pero no un análisis del Estado real, que al parecer es simplemente “una condensación material de una relación de fuerzas sociales”; el viejo cuento marxista del Estado como títere de la burguesía.
Hablando de cuentos, hay tópicos variopintos: sólo la izquierda lucha por la libertad, el PP es franquista, la desregulación causa las crisis, el “no a la guerra” fue una expresión de “la sociedad civil”, etc. También es previsible, en un libro anticapitalista, lo delicado que se pone a la hora de ponderar la realidad no capitalista. Habla de “la demonización de la experiencia soviética”, una forma curiosa de referirse al comunismo, y de hecho parece que lo malo del comunismo fue su crisis: “el resultado en la URSS fue la voladura del Estado y el aumento de la tasa de pobreza del 2 % al 50 % en sólo cuatro años, de 1988 a 1993”. ¿De verdad alguien se cree que había sólo un 2 % de pobres en la URSS poco antes de la caída del Muro? Juste cita a Milanovic, no sus matices.
Pero el mensaje central de la obra es que usted no es libre, señora, señor, por culpa de las empresas: “El país, propiedad del Ibex”. En la característica antropomorfización del pensamiento único, las empresas de un índice se convierten en una persona, mala, pero persona. Mi cita favorita es: “El Ibex 35 no parecía muy satisfecho”.