Escribió el profesor Jordi Gracia hace tiempo en El País: “Deberíamos poder hablar de la Guerra Civil y el franquismo sin la cautela de los años setenta”. Fue un buen ejemplo del daño causado por Rodríguez Zapatero y su sectaria y divisiva “memoria histórica”, que no es ni una cosa ni la otra: no es memoria porque no quiere recordar sino olvidar, y no es historia porque no quiere analizar el pasado sino utilizarlo políticamente en el presente.
La izquierda se ha apuntado en masa a esta distorsión, y no muchos especialistas se han atrevido a cuestionar la campaña, que apunta a socavar la Transición, que al parecer no se habría hecho de manera genuina por los temores de la izquierda a un franquismo latente. Una de esas honrosas excepciones es Rafael Zaragoza (cf. “Manipulación y memoria histórica” en Panfletos Liberales III, LID Editorial, 2013, págs. 234-236). Él y otros como él han demostrado que no hubo “cautelas” que impidieran hablar, escribir y debatir abiertamente sobre el pasado, sobre la Guerra Civil y sobre el franquismo.
El caso del profesor Gracia es ilustrativo en ese sentido. Así, interpreta la realidad española de 1936 como una “conspiración golpista para corregir por las armas la victoria en las urnas del Frente Popular”. Esta es una de las claves que se repite una y otra vez, como si fuera una verdad revelada e indiscutible. Por supuesto, no lo es, y las sospechas sobre el triunfo electoral del Frente fueron denunciadas muy pronto y su legitimidad ha sido cuestionada en diversas oportunidades, la más reciente este mismo año de 2017 en el libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, “1936: Fraude y Violencia”. Para comprobar la irritación que este debate es capaz de provocar puede verse la agria reseña del libro que publicó Santos Juliá en El País.
La dudosa limpieza de esos comicios socava la estrategia de la izquierda, que estriba en olvidar los desastres que perpetró en el pasado, y centrar su relato en la maldad que representa en exclusiva el franquismo, y en trasladar esa maldad a los conservadores de hogaño para obtener réditos políticos en la actualidad. Así, tratan de vestir al Partido Popular como una suerte de réplica del franquismo, y de condenar al destierro fascista a toda persona y toda institución que no sea identificable con la izquierda, como sucede con la Iglesia Católica. Es lo que he llamado en alguna oportunidad “la desmemoria histérica”. De ahí la necesidad de pintar a los franquistas como demonios y a los antifranquistas como ángeles.
Lo resumió muy bien Jordi Gracia: “el origen del mal está en el golpe de Estado ilegítimo y condenable sin reservas que urdió una coalición de fuerzas de derechas, fascistas y católicas”. Derecha, fascismo, catolicismo. ¿Está claro?
El Alzamiento Nacional no fue un golpe contra un Estado Legitimo y Democrático, fue la única forma de acabar con un república revolucionaria y stalinista, antidemocratica y criminal. Todo lo demás es música celestial.