Hay pocos banqueros liberales. Mi amigo Rafael Termes lo era, y yo bromeaba con él advirtiéndole que los banqueros rara vez van al cielo, y los liberales nunca. Él, que era numerario del Opus Dei, sonreía y replicaba que la misericordia de Dios es infinita. Así, que Dios le perdone a Juan María Nin este libro [Crecimiento racional], con herejías a tutiplén.
Para empezar, respalda la escuela austriaca de economía, la más liberal y despreciada. Toma lo mejor de la escuela, que es su teoría del ciclo basada en la brecha que, a través de expansiones artificiales de la liquidez y la deuda, el sistema financiero intervenido por el Estado abre entre el ahorro y la inversión. Esto desemboca en crisis que ingenuamente se pretenden resolver con más expansiones monetarias y fiscales: “el sistema actual, enfocado a excitar la demanda aumentando la base monetaria o cantidad de dinero en circulación a la par que manipular el tipo de interés, es un monopolio controlado por el poder político-académico…hemos anestesiado los problemas con liquidez”.
Defiende la deflación y el patrón oro, censura el intervencionismo del idolatrado Roosevelt, y no se traga ninguno de los cuentos anticapitalistas sobre la crisis de 1930. Ni la actual. Desconfía del antiliberalismo que ha conducido a Japón a un callejón sin salida, y de “los presuntos fallos del mercado; falacias, bien o mal intencionadas, que carecen de sentido cuando uno ha comprendido los perniciosos efectos de la creación artificial de base monetaria, sin respaldo de ahorro real, en un sistema de planificación financiera que se sitúa en el extremo opuesto de cómo debiera ser el sistema en una sociedad verdaderamente capitalista”.
¿Le parece a usted poco? Hay más. Quiere que los bancos puedan quebrar, sin ser rescatados con dinero público, aboga por la austeridad como fundamento del crecimiento, se aparta de los chamanes como Krugman y Stiglitz, y sus cánticos en favor de aún más intervencionismo, califica la Seguridad Social como un esquema Ponzi, y descalifica el camelo popular que sostiene que el sistema bancario se funda en un ultraliberalismo que jamás existió y en una supuesta desregulación financiera que tampoco: “Entre 1980 y 2009, en Estados Unidos se llevaron a cabo cuatro iniciativas regulatorias por cada iniciativa desregulatoria”.
La solución es “menos deuda, más capital y liquidez, productos financieros más simples, y una gestión prudente del riesgo, en contacto permanente con el cliente, todos ellos preceptos que pertenecen al canon clásico de la banca y las finanzas en general”. Y no unas políticas intervencionistas que aumentan la desigualdad (un punto importante y habitualmente poco destacado), gestan burbujas una y otra vez, “volvemos a cometer el error de forzar el crédito para favorecer el crecimiento”, y no salvaguardan el dinero de la gente: desde que se creó la Reserva Federal, hace un siglo, el dólar se ha depreciado en un 97 %, mientras que el euro ha perdido un 26 % desde su nacimiento.
Con todo, empero, Juan María Nin no se aclara en torno al Estado. Es una cálida y muy generalizada contradicción. Condena “la fagocitación de lo público de muchas responsabilidades y deberes, antes en la esfera de la vida civil, todo ello posible por un gasto financiado vía devaluación de la moneda”, pero al mismo tiempo recomienda “soluciones, acuerdos o consensos que permitan la consolidación de una recuperación socialmente más justa y económicamente más vigorosa”. Quiere “reducir el gasto público improductivo”, ojo, solo el improductivo, que a saber cuál es, y a la vez clama por la “sostenibilidad del Estado social”, asegurando que el Estado de bienestar es “principal pilar de la convivencia…un elemento de cohesión de gran valor”. En suma: “aligerar el coste de lo público no es incompatible, sino todo lo contrario, con un Estado del Bienestar que garantice la igualdad de oportunidades y el mejor soporte a los más desfavorecidos”. No quiere subir los impuestos, con lo que no hay otra salida que crecer, pero con un Estado que frena el crecimiento. Vamos a necesitar, realmente, la ayuda de Dios.