Dice un famoso microrrelato de Franz Kafka: “Unos leopardos penetran en el templo y beben de las copas sagradas hasta vaciarlas del todo. Este hecho se repite una y otra vez. Finalmente se hace previsible y se convierte en parte de la ceremonia”. A Podemos le sucede algo parecido.
Pablo Iglesias y sus secuaces han pasado de las musas al teatro: están en las instituciones, en parlamentos, autonomías y ayuntamientos. Así, el pueblo ha podido ver su gestión, su estilo, su compadreo y su sectarismo. De Cádiz a Barcelona, pasando por Zaragoza y Madrid, Podemos se afana en que nos creamos que son unos políticos nuevos y buenos. Cuanto más tiempo pase, más diáfana resultará esta mentira, y más perderá Podemos su magia novedosa. Asimismo, cuanto más tiempo pase, más probable es que le aparezcan casos de corrupción.
En cuanto a sus propuestas, ya han caído víctimas de la generalización, y puede que lo hagan también del análisis. Su atractivo demagógico hace que resulten irresistibles para los demás partidos. Los viejos del lugar recordamos que, en las elecciones de 1982, cuando Felipe González prometió crear 800.000 empleos, el Partido Comunista se apresuró a aclarar que ellos iban a crear un millón. Pues bien, lo mismo acontece con tres ideas de Podemos que ya han sido apropiadas por los demás partidos: los desahucios, la pobreza energética, y la renta mínima. Los dos primeros han sido secundados por todas las fuerzas del arco parlamentario, mientras que la tercera es jaleada por toda la izquierda. Los de Podemos podrán alegar que llegaron primero, pero es una excusa que pierde entidad rápidamente con el transcurrir del tiempo.
El destino de las propuestas de Podemos puede ser aún más aciago si a alguien se le ocurre analizarlas. En efecto, las “luchas” contra los desahucios y la pobreza energética no tienen sólo beneficiarios, como claramente ocurre con las autoridades que las entablan y los ciudadanos que obviamente se benefician de tener casa y luz, y no pagarlas. Esas acciones políticas tienen también víctimas. En la medida en que los bancos y las empresas energéticas deban incorporar como argumento de sus cálculos de costes la probabilidad de que algunas personas no paguen, y nadie pueda cobrarles, el resultado será que las hipotecas y la luz se encarecerán (o que subirán aún más los impuestos). Podemos, de esta forma, quedaría como responsable del castigo a millones de personas que sí pagan, para beneficiar a unas pocas personas que no lo hacen.
La renta básica, por su parte, sólo tiene un sentido mínimamente lógico si busca sustituir el Estado de bienestar (véase el ensayo de Lord Desai sobre el basic income en el libro de Robert Skidelsky y otros, The state of the future; Londres, The Social Market Foundation, 1998). Si no lo hace, es una propuesta onerosa y absurda, como ha demostrado Juan Ramón Rallo (Contra la renta básica, Barcelona, Deusto, 2015).