Los grandes viñetistas, con sus aciertos y sus errores, nos ayudan a entender la economía.
El Roto en El País es excepcional en su capacidad de sintetizar el pensamiento único. Dibujó un edificio parecido al Congreso de los Diputados, con varias columnas, entre las cuales aparecían unos cañones. Y el texto era: “Divisas fuertes son las que tienen armas”. Una idea curiosa, considerando la fortaleza del franco suizo.
En otra viñeta se ve a un hombre que se sujeta la cabeza con una mano y dice: “En el mercado de las ideas ya sólo admiten ideas de mercado”. Esto es realmente asombroso, porque las ideas que predominan son justo las contrarias al mercado. Desde el Papa hasta el Partido Comunista, las ideas admitidas y aplaudidas de manera generalizada son las antiliberales, no las liberales.
Se ve, por ejemplo, en el tema de la desigualdad. El Roto dibuja a dos hombres con las narices rojas. Dice uno: “Si el 1 % de la población acumula el 99 % de la riqueza, algo habrá que hacer”. Y el otro responde: “¿Prohibir las matemáticas?”. Es la urgencia de “hacer algo” que equivale a subir impuestos ante un mal indudable. Los matices siempre están ausentes, como lo cuestionable que son las cifras, y también el hecho de que la gente es desigual en todo, y lo es más en talento o belleza, por poner dos cualidades, que en dinero.
En otra viñeta, El Roto dibuja a una mujer con un carrito de la compra frente a una góndola de un supermercado. La mujer exclama: “¡Qué maravilla! ¡Cuánta variedad de lo mismo!”. Esto es un clásico del pensamiento convencional, a saber, que la gente es fundamentalmente estúpida, porque solo un estúpido se maravillaría ante la variedad de lo mismo. Una vez enraizado este prejuicio, la conclusión es que las personas no pueden elegir libremente por sí mismas. Pero las personas no son bobas, y les gusta que haya variedad de los productos que compra en libertad, incluso aunque los sabios que nos ilustran desde El País crean que esa libertad no es merecida y que la gente no tiene derecho a estar encantada ante un escaparate con muchos zapatos.
Es verdad que los gustos, como analizaron hace muchos años Stigler y Becker en el American Economic Review, no son datos y sí tienen costes. Vi en el Wall Street Journal este delicioso dibujo en el que una pareja en un museo pregunta a uno de los bedeles: “¿Nos podría decir dónde está el arte que la gente sabe que le gusta?”.
Y Caín en La Razón capta un fenómeno sobre el que sospecho que no se reflexiona lo suficiente, y es el impacto degenerativo del Estado sobre la sociedad civil, y no al revés. Se ve a una mujer que reflexiona así: “Me he acostumbrado tanto a la mediocridad pública que ya no sé disfrutar de la mediocridad privada”.