En su notable libro Mass flourishing, el premio Nobel Edmund Phelps subraya que el progreso económico alcanzó a todos los niveles de renta, y algunas mejoras importantes –la sanidad, por ejemplo– beneficiaron más a los más pobres.
Al tiempo que amonesta con severidad al socialismo, condena también el corporativismo, o intervencionismo moderno, que ve como perdurable y amenazador. Su apuesta es por el capitalismo moderno, una economía abierta, realista y justa. “Los críticos del capitalismo suelen argumentar que las economías actuales –y quizás todas las economías– son injustas con respecto a un sistema económico que conciben pero que no está establecido”. Advierte contra el pensamiento único y sus alternativas mágicas: “se cree que existe la posibilidad de realizar cualquier objetivo plausible”.
Las injusticias del capitalismo no significan que no esté justificado, sino que reclama reformas, que para Phelps son complejas porque la clave es el espíritu innovador. En su ausencia, ningún atajo valdrá, ni siquiera la rebaja de impuestos: “la libertad es obviamente necesaria para la innovación, pero no es suficiente. Que la gente tenga libertad para hacer una cosa puede no impulsarla a hacerla”.
Y por eso el corporativismo es un enemigo del capitalismo moderno. Se trata de la alianza entre Estados, burócratas y empresarios no competitivos, que fomenta el cortoplacismo y desalienta la competencia y la innovación. Es el nuevo “capitalismo de amiguetes”, que en realidad es el viejo argumento liberal de Adam Smith contra los empresarios que buscan amparo en el poder político. Phelps lo denuncia como un fenómeno generalizado, que afecta también a los supuestamente liberales Estados Unidos, que en realidad se han europeizado: “El porcentaje de la población viviendo en una familia que recibía algún subsidio público subió sin cesar del 29 % en 1983 al 48 % en 2011…no es casualidad que cada vez menos personas en los estratos más bajos de ingresos pensaron que les convenía más no tener un empleo a tiempo completo o incluso no tener ninguno”.
Dice que lo malo de EE UU es que los políticos no conocen el mundo empresarial…sería bueno saber qué piensa ahora de Trump y su equipo. Cree que todos los partidos, también los conservadores, se sitúan de hecho en el lado contrario a la innovación, y juegan a una economía mercantilista con un Estado “social” que “ayuda”, en vez de apoyar la libertad y sus instituciones. Utiliza interesantes análisis transversales, sociológicos, culturales, etc. Pero no gustará a la corrección política. Un ejemplo fue la reseña de Joel Mokyr en el Journal of Economic Literature (marzo 2014), que le reprocha por “provocador”, al no apreciar el Estado de bienestar y no creer que la desigualdad es mala si brota de la libre competencia en el capitalismo moderno.