Ninguno de nosotros es diestro a la hora de buscar pruebas que desmonten nuestras teorías y cuestionen nuestros valores, con lo que en ambos campos es relevante que interactuemos con los que no los comparten. Dice Jonathan Haidt en su libro The Righteous Mind: “Una vez que la gente se une a un grupo político, quedan atrapados en su matriz moral. Por todas partes ven confirmaciones de su gran relato, y resulta difícil, acaso imposible, convencerles de que están equivocados si razonamos con ellos desde fuera de su matriz”. Por eso la clave no es pensar que los del otro bando son perversos, sino que son tan sinceros como nosotros, pero su matriz moral es distinta, y eso es lo que hay que estudiar. Sugiere Haidt que los conservadores han ganado más elecciones que los demócratas en Estados Unidos por esa razón.
Muchas personas modestas, de las que la izquierda presume de ser representante exclusiva, votan a la derecha. Si partimos de la base de que nuestra matriz moral es necesariamente superior a la de los demás, entonces esa arrogancia nos llevará al error, e incluso a los reaccionarios dislates de tantos analistas progresistas que rápidamente saltaron al insulto cuando comprobaron que decenas de millones de mujeres y hombres normales y corrientes votaron por Donald Trump. Muchos nos hemos sentido avergonzados al leer o escuchar a supuestos expertos denigrando a esas personas, como si fueran taradas o fácilmente manipulables por el reaccionario Trump y su sucio dinero. Como si Hillary Clinton hubiese sido obviamente mejor que su adversario, o como si no hubiese gastado en su campaña más dinero que él.
Las personas no votamos en masa porque nos engañan sino porque creemos que es una opción moralmente buena…o menos mala que las alternativas. La práctica política demuestra que los partidos saben esto perfectamente, y por eso buena parte de sus esfuerzos la dedican a demostrar que ellos son buenos, moralmente superiores a los demás. La izquierda lo hace, hay que reconocerlo, mejor que la derecha, quizá por ese bloqueo moral que comentamos en un artículo anterior. Pero los nacionalistas no le van a la zaga.
El libro de Jonathan Haidt, a pesar de sus valiosas intuiciones, resultará posiblemente insatisfactorio para ambas partes. A los socialistas les gustará porque los asocia con la igualdad de oportunidades, pero no les gustará que diga que su filosofía de gobierno es errónea: “tiende a excederse, a cambiar demasiadas cosas demasiado rápido, y a reducir sin darse cuenta el stock de capital moral”. Los conservadores aplaudirán porque Haidt los considera mejores a la hora de preservar ese capital moral, pero rechazarán que los califique como “incapaces de frenar las depredaciones de ciertos intereses poderosos, y de percibir la necesidad de cambiar algunas instituciones a lo largo del tiempo”.