Casi diez euros me costó El insoportable coste de la desigualdad, un libro publicado por RBA dentro de una colección titulada “Los retos de la economía”, nada menos. Escrito por el doctor Jordi Guilera Rafecas, de la Universidad de Lisboa, es una sarta de tópicos, con el objetivo de probar que la desigualdad es la fuente de todos los males, incluida las guerras, lo que no se demuestra en absoluto.
Parece que “la riqueza no se distribuyó de forma equitativa”, como si tuviera que hacerlo no se sabe por qué razón. El autor no lo explica. De hecho, ni se pregunta por qué nada se distribuye de forma equitativa, si por ello entendemos…¿qué? Tampoco queda claro, pero si suponemos que eso significa igualitario, pues no hay nada que se reparta de manera igualitaria. Si lo hubiera pensado, habría llegado a la incómoda conclusión de que la riqueza en realidad se distribuye más igualitariamente que el talento o la belleza.
Naturalmente, era malísimo el siglo XIX, porque los niños trabajaban. Naturalmente, el autor no pierde ni un segundo en explicar qué cosa hacían los niños antes. Es decir, la vieja fábula socialista que sitúa en las instituciones de la libertad la única razón de todo lo que no está bien. Antes era el capitalismo, pero desde la caída del Muro de Berlín arremeten con otras fantasías, como el camelo de la desigualdad. De hecho, tiene la osadía de decir que la Revolución Rusa fue producto de…la desigualdad (p. 49).
No se atreve a decir que en el comunismo hubo libertad, eso sería demasiado. Pero, asombrosamente, insiste en que el comunismo, bajo cuyo yugo criminal millones de trabajadores murieron de hambre, tuvo “logros de signo económico…gran crecimiento …la economía soviética creció a gran ritmo”. Al final dice que, bueno, el comunismo no fue un gran éxito, pero se apresura a añadir que el capitalismo tampoco, así que ambos están a la par.
Los disparates no tienen límite: dice seriamente que la inflación es mala para las clases altas (p. 70): podría preguntar en mi Argentina natal. Sugiere que la desigualdad aumenta en el mundo, cuando lo cierto es lo contrario, como probó Xavier Sala-i-Martín. Repite los dogmas al uso, como lo diabólica que es la “austeridad” y la “erosión del Estado de bienestar”. No les preguntó nada a los contribuyentes, por si acaso.
Pretendiendo rigor científico, se hace un verdadero lío: “un fuerte crecimiento económico que dejara la distribución de la renta tal cual no modificaría la magnitud de la pobreza”. O esta perla: “las matemáticas demuestran que es imposible rebajar la pobreza sin reducir la desigualdad”. Las matemáticas, oiga.
Y, como siempre, todo se arregla violando los derechos humanos, pero, eso sí, sólo de una minoría de indeseables: “la pobreza se acabaría si se expropiara a un máximo del 0,45 % de la población”.
Hay mucho camelo sobre la igualdad. No obstante el liberalismo debe ser solidario con los más débiles.
¿El liberalismo? ¡Y todo el mundo! ¿No? ¿Por qué es que se sospecha de la ética de la libertad, y no de la ética de la coacción?