La corrección política quiere salvar Europa. El problema es que no se puede contar con el pueblo, que a menudo manda a los políticos a hacer puñetas.
Esta sana reacción no es de ahora, con lo del Brexit. Viene ya de la malhadada Constitución Europea, un churro intervencionista que no había quién se lo tragara, y que los políticos europeos decidieron ponerlo a consulta popular en referéndums. Vaya, por Dios, el pueblo dijo no. Rápidamente, impusieron la misma constitución sin pasar por enojosos trámites democráticos, y eso fue el Tratado de Lisboa, más o menos la misma constitución, pero aprobada sólo por los políticos, de espaldas a los ciudadanos.
Después de tan amarga experiencia, el pensamiento único no se va a atrever a preguntarle a la gente si realmente quiere eso de “más Europa”, porque existe un claro peligro de que la gente rechace el plan, identificando “más Europa” con más impuestos, más regulaciones, más prohibiciones, más controles, y más burocracia.
Entonces, como diría don Vladimiro: ¿qué hacer? Se han puesto a pensar y han dado con la solución: ¡subir los impuestos!
Piénselo un poco, y verá que está muy claro. La gran conquista social es el Estado de bienestar, que crece sin cesar, a pesar de los pretendidos recortes, y los ciudadanos están contentos con él, pero no lo quieren pagar. Y, para colmo de males, no se les puede engañar alegando que los impuestos están bien porque los paga otro. Cada vez más, los ciudadanos perciben que eso es una enorme mentira, y que cuando los poderosos aseguran que van a cobrarles más a “los que más tienen” o “los que más ganan”, usted sabe, señora, que en realidad van a por usted.
Como el gasto no baja de manera apreciable, tienen que subir los ingresos, y éstos sólo pueden adoptar dos formas: impuestos o deuda. Precisamente, por la mayor sensibilidad ciudadana ante la presión fiscal, los gobiernos del planeta han procedido a hacer explotar la deuda pública. Esto no puede seguir así, aseguran los políticamente correctos, porque en tal caso los ingresos se dedicarán de modo creciente al servicio de la deuda, con lo que no podrá aumentar el gasto llamado “social”, que es el que más legitima al Estado moderno.
El dilema es: “impuestos justos o crecimiento ilimitado de la deuda”, como dijo el socialista Diego López Garrido. La solución más inteligente es que los impuestos los suba Europa, y que sean difusos y aparentemente “justos”: la tasa Tobin, la tasa sobre el carbono, los impuestos sobre “las grandes fortunas”, etc. Total, parece que paga otro.
¿Y si los españoles se quejan? Habrá que explicarles, como apuntó José Blanco hace unos años, que se quejan de vicio, porque aquí los impuestos son muy bajos: “si queremos unos servicios públicos de primera o unas infraestructuras de primera, tendremos que tener también impuestos homologables a los de los países europeos”. Homologables. ¿Lo entiende usted?