Tanto entre liberales como antiliberales está extendida la ofuscación de considerar al Estado como si fuera un ente inmutable, que los ciudadanos padecen o disfrutan, según sea uno liberal o no, pero que de alguna manera siempre está ahí, siempre igual, como el señor de marrón de la surrealista casa natal de Gila, que permanecía en el pasillo.
Por asombroso que parezca, esta fantasía prevalece también entre los economistas. A finales de los años setenta tuve el placer de cursar una asignatura de doctorado con don José Castañeda, dedicada al análisis de Valor y Capital de John Hicks, el gran economista inglés, y entonces reciente premio Nobel. En esa obra dice Hicks lo siguiente: “el Estado es una unidad económica incalculable, de manera que es limitado el grado en que pueden tenerse en cuenta sus acciones dentro de la teoría económica”. Si hay economistas que todavía lo piensan, y que creen que a Buchanan le dieron después el premio Nobel sólo porque pasaba por ahí, ello es mucho menos excusable en nuestros días que en el lejano 1939, cuando apareció la primera edición de Value and Capital.
Y, sin embargo, demasiados economistas convencionales tratan al Estado como si lo que vieran hubiese estado allí siempre. Son los que dan por sentado “nuestro Estado de bienestar”, y no son capaces de explicar por qué evoluciona de la forma en que lo hace. Son los que sostienen que la labor del economista es dejar al Estado como está, como resultado de un proceso político que, si es democrático, de alguna forma agrega las preferencias de la sociedad, ante lo cual no cabe levantar la voz. Lo que sí cabe es colaborar en la eficiencia del funcionamiento del Estado, por ejemplo, su “problema de ingresos”, que los economistas pueden ayudar a resolver, verbigracia, percibiendo que en España los tipos fiscales no son bajos y que, por tanto, eureka, para recaudar más hay que suprimir los loopholes y tax breaks.
El problema de estos economistas, que sospecho son la mayoría, es que no pueden explicar por qué los socialistas privatizaron el INI. Eran los mismos socialistas que hasta poco tiempo antes nos aseguraban que las empresas públicas eran indispensables (los fallos del mercado, ya se sabe), pero las privatizaron. Y muchos economistas no creen interesante analizar eso. Total, el Estado es un señor de marrón.
Hay liberales que caen en un pensamiento fofo de análoga índole. Por ejemplo, insisten en demonizar el Estado cuando, como he señalado en muchas ocasiones, el peso del Estado en Francia es mayor que el peso del Estado en Venezuela, y los franceses son mucho más ricos que los venezolanos. No basta con aplaudir o atacar al Estado: hay que estudiar por qué hace lo que hace.
Señor Rodríguez Braun,
En las últimas décadas las ideas liberales han tenido un protagonismo evidente en el mundo como ideología preponderante. Fukuyama ya dijo que el liberalismo era el fin de la historia. El liberalismo parecía la solución a todos los problemas políticos, morales y económicos. Como puede entonces explicar el resurgir de los totalitarismos? Si el liberalismo es la solución y el fin de la historia, si no hay desigualdades con el liberalismo y todos vivimos mejor, porque llega el totalitarismo de nuevo!
Gracias
Seguramente debe ser porque el protagonismo del liberalismo no fue en absoluto tan evidente como usted dice.