He visto tres buenas películas que abordan, cada una a su manera, la pregunta de Poncio Pilatos: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 38).
La española Los del túnel, de Pepón Montero, es una película de catástrofes que empieza cuando las demás terminan, es decir, cuando unas personas atrapadas en un túnel son rescatadas. A partir de ahí el grupo decide reunirse cada cierto tiempo, y es entonces cuando lentamente empieza a surgir la verdad de lo que ha sucedido, y la verdad de cada uno de los personajes, bien interpretados por unos buenos actores, empezando por Arturo Valls.
La verdad será demasiado pesada para la unión perdurable del grupo, que pretende ser una suerte de fresco de la sociedad española, aunque por suerte no lo es. El arte desde siempre ha exagerado nuestros sentimientos, y esta eficaz tragicomedia también lo hace.
En la segunda película hay una verdad incuestionable, pero también irreparable y atroz: la guerra. Es Frantz, el nombre de un joven soldado alemán muerto en las trincheras al final de la Primera Guerra Mundial, y su extraña relación con un francés que viaja a Alemania a poner flores en su tumba, y que conoce allí a su novia y su familia.
La guerra, de la que apenas vemos imágenes, está presente en cada momento, es una verdad siniestra que deja pocos resquicios para la felicidad. En realidad, la clave de la supervivencia de aquellos a los que la guerra no ha aniquilado es, precisamente, la mentira. Y así, desde el principio hasta el fin, los personajes principales que retrata el director francés François Ozon en esta notable película, con unos actores prodigiosos, van comprendiendo su destino esquivo. En efecto, ante la terrible verdad de la muerte (véase el papel del cuadro de Manet, “El suicida”), la vida no puede seguir adelante sin unas apreciables dosis de engaño y autoengaño. Se ha subrayado que el film “nos habla del poder terapéutico de la mentira».
Por fin, la que seguramente ganará varios Oscar, La La Land, de Damien Chazelle, es un musical, con un muy buen trabajo de realización y actuación, que enfoca la verdad desde otro ángulo: la necesidad de la fantasía, es decir, de identificarnos con historias que no son ciertas, pero que no son mentira, porque sabemos que no son ciertas. De ahí el profundo encanto de La La Land, que cuenta una bonita historia de amor en el Hollywood de las estrellas, donde los dos jóvenes protagonistas intentan cumplir sus sueños. No podía ser un cuento de hadas como Cantando bajo la lluvia (aunque le hace guiños), pero la pasión y la fantasía romántica atrapan y emocionan. No será verdad, pero es bonito, y salimos del cine llenos de música, habiendo visto un relato vibrante de gente apasionada. Es un cuento, sí, pero tampoco es pura verdad la magia, y la vida sería muy triste sin ella.