Los lectores antiliberales de G. K. Chesterton disfrutarán con su “Canción contra los tenderos”, incluida en La taberna errante, publicada en 1914. Dice cosas como: “¡Ah, tendero del averno/vendería por vender,/a su madre, a su mujer,/y hasta el mismo Padre Eterno!/Taimado y concupiscente,/le veréis siempre detrás/del benévolo cliente,/preguntándole insistente:/«¿No le falta nada más?»”.
Como suele suceder, lo que falta es el contexto. The Flying Inn imagina una Inglaterra dominada por unos musulmanes progresistas que organizan toda la vida del país y, naturalmente, prohíben el alcohol. Salvo para los ricos, claro, que lo consiguen gracias a unos oportunos certificados médicos. Humphrey Pump y el capitán Patrick Dalroy recorren entonces el país con un carromato, llevando un barril de ron para evadir la prohibición. Es precisamente Pump el que lee The Song Against Grocers.
Pero la obra no es un canto al socialismo, del que Chesterton, con razón, desconfiaba (habló de la “pedantería” de los socialistas alemanes en el capítulo 14 de Herejes). La absurda prohibición del alcohol, que en la década siguiente causaría tantos estragos en Estados Unidos, es una criatura típicamente intervencionista. Un aristócrata, cómo no, Lord Ivywood, influido por un pseudo-profeta islámico, quiere cambiar el mundo, cómo no, y empezar por la moral y la conducta. No hay prueba más característica del intervencionismo moderno que este regeneracionismo ético.
Contra eso arremete Chesterton, que, como dice Santiago Alba Rico, “no soportaba a los intelectuales y aristócratas que rechazaban los placeres del hombre ordinario y, dicho sea de paso, si jamás pudo entenderse con Bernard Shaw se debió menos a sus discrepancias políticas y filosóficas que a la desconfianza que sentía hacia un hombre que no comía carne ni bebía vino”.
Por eso, frente al “materialismo abstracto” de los ateos, reivindica el “misticismo concreto” de la gente corriente. Valorará la religión precisamente porque contribuye al trazado de límites morales, no políticos ni legales. Las morales son restricciones compatibles con la libertad: “Lo que Chesterton quería demostrar es que la arbitrariedad de los límites garantiza la libertad de los recintos”. Y por eso Chesterton recela acertadamente de iluminados como Lord Ivywood, que quieren “remodelar la civilización a golpe de decreto, a la medida de sus sueños de armonía universal·”.
Si la “Canción contra los tenderos” fuera una prédica contra los comerciantes, todos habrían caído bajo el sarcasmo chestertoniano, pero no es así. En esas mismas líneas, el gran escritor inglés pronuncia un encendido elogio a favor de…los taberneros.
Esto dice: “¡Qué distinto el tabernero,/tan amable y hablador,/tan leal y placentero,/que a las veces te convida/a una copa de licor!/La amistad le es media vida; /la otra media, el buen humor”.
Cabría argumentar que la venta de bebidas alcohólicas en los comercios, que Chesterton deplora que hagan los tenderos de tapadillo, ha sido un desenlace capitalista que el creador del padre Brown deploraría. Pero también ha sido subrayado que allí donde no hay capitalismo suele haber pocas cosas, y pocas tabernas.