Leí hace tiempo un artículo entusiasta sobre Ciudadanos en El Mundo, con este titular: “Los derechos tendrán dotación presupuestaria”. Lo firmaba Raúl Piña desde Cádiz, y empezaba así: “Ciudadanos no quiere perder de vista a los ciudadanos. El partido de Albert Rivera quiere conectar con el electorado mostrando su perfil más humano”.
En una entrevista de Daniel Arjona al escritor Fernando Sánchez Dragó (cuyo último libro a la sazón, de 2007, se titulaba Libertad, fraternidad, desigualdad), le preguntaba: “¿Por qué es una religión la democracia?”. Buena pregunta, ¿no? ¿O acaso no es una religión? Lo de menos es que sus sacerdotes sean del Partido Socialista o del Partido de Perico de los Palotes o que tal o que cual. Todo eso son detalles anecdóticos y antes de ocuparse de las anécdotas procede ocuparse de las categorías, que en este caso es la de por qué es una religión. Contesta el señor Dragó: “La democracia ha dejado de ser un sistema de gestión de la política. La han divinizado”. ¿Y por qué? Evidentemente, porque hay gente a la que le conviene ser dios gracias a esa religión. Y si la feligresía se deja, porque se la embauca sin el menor problema con la golosina de los derechos y las diversas engañifas de tal jaez de que disponen las colosales maquinarias estatales para llevarse al huerto a los incautos, pues adelante, ¿por qué no?: religión democrática y dios estatal. Si el pueblo soberano así lo quiere…, porque así todos seremos unos ciudadanos más humanos y este planeta será un lugar más humano y habitable gracias a que los seres humanos serán unos ciudadanos que gracias a los derechos disfrutados por arte de magia serán de un humano que te cagas, pues adelante con los faroles, que dijo el poeta. Igual es por eso por lo que añade a renglón seguido don Fernando que “El sufragio no debe ser universal. Mi voto no vale lo mismo que el de quienes ven los programas de telebasura. Deben votar sólo los ciudadanos, no los súbditos”. Acabo de leer en un comentario en este artículo del señor Rodríguez Braun que “existen los ciudadanos, pero no el ciudadano”. Parece una incoherencia, porque si no existe el ciudadano, ¿cómo van a existir los ciudadanos? Pero lo que se adivina que quiere decir este comentario es que como abstracción que no sirve para nada, sí: mucha ciudadanía, que no se caiga esa elegante palabra de la boca de los sumos sacerdotes, digo de los politicastros, pero que a la hora de la verdad, que te den por ahí, paganín, que eres un paganín y no te mereces, precisamente por aceptar mansamente serlo, que te den ni la hora. En rigor yo no creo ni que existan los ciudadanos ni que exista el ciudadano, no existe nada de eso: sólo existe la gente. Eso sí: muy digna, ¿eh?: con su derecho a tener derechos bien exigido y, faltaría más, no menos bien respetado.