Pablo Iglesias argumentó que su socialdemocracia no contradice su pasado comunista, porque “Marx y Engels eran socialdemócratas”. No se trata de condenar que la gente cambie de opiniones políticas, lo que muchos hacemos, e incluso para bien. Pero en este caso sospecho que es humo, destinado a conseguir votos. De hecho, esa frase puede servir tanto para promover un frente con la izquierda socialista más moderada como para tranquilizar a Alberto Garzón.
En ¿Qué hacer? (1902), Lenin reconoce que “en el seno de la socialdemocracia internacional contemporánea se han formado dos tendencias”: condena la de Bernstein por ser crítica del marxismo y proponer que “la socialdemocracia debe transformarse de partido de la revolución social en un partido democrático de reformas sociales…todo aquel que no cierre deliberadamente los ojos tiene que ver por fuerza que la nueva tendencia crítica surgida en el seno del socialismo no es sino una nueva variedad del oportunismo”.
Años antes, Marx escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), el famoso texto que empieza hablando de la historia repetida como tragedia y como farsa. Allí habla de “una coalición de pequeños burgueses y obreros, el llamado partido socialdemócrata…a las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se les despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista…la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía…una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía”.
Así fue la línea de Lassalle que dio lugar al socialismo europeo, empezando por el alemán, que se llamaría Socialdemócrata hasta hoy. Esa propuesta reformista fue la del Programa de Gotha de 1875, que desató las iras de Marx en su Crítica publicada años más tarde.
El problema estriba en que la violencia carnívora del comunismo no tiene buena defensa, mientras que la violencia vegetariana del socialismo está desgastada tras décadas de impuestos y corrupción. Es el momento populista. Así como Perón procuró disfrazar sus orígenes fascistas, Pablo Iglesias hace lo propio con el comunismo, que defendió hasta hace un cuarto de hora, aplaudiendo sus “avances innegables en la modernización y la industrialización” (New Left Review, mayo-junio 2015). Ahora dice que la derecha y la izquierda ya no cuentan, a la vez que reivindica a Allende, supongo que confiando en la desmemoria sobre lo que fue su Gobierno.
Recordemos, pues, a don Vladimir y su crítica del oportunismo, y contengamos el rubor ante el narcisismo prestidigitador del líder (que es profesor, como se ocupa de aclarar, como si eso equivaliera a saber), y ante el bochornoso culto a la personalidad que alienta con sus secuaces. Esto dijo Irene Montero sobre Iglesias: “El liderazgo de Pablo es tan fuerte como la gente quiere”. Ni Evita lo habría dicho mejor.
Ya sé, cómo no, que a quién coño le importa lo que a mí me importe o me deje de importar, pero ya se sabe que cada loco con su tema, y mi tema es la libertad, no si el tal líder político de la nueva España –nada que ver con la del rey don Pelayo y gente así, que es la única que a mí me interesa, y no la de los pintamonas–, no es mi tema, iba diciendo, si el tal líder político es coherente o no con lo que dijo o lo que dejara de decir. Yo tengo que trabajar, tengo que ganarme la vida. No puedo estar dedicado a mirar si dijo o no dijo y si dice o no dice. Además es que me importa un comino. O sea, que ni puedo ni quiero, porque niego la mayor: parto de la premisa de negar que yo tenga que tener mi vida dirigida por un no sé qué de socialdemócrata o no sé qué de Marx y Engels. ¿Quién carajo son estos señores? ¿Qué pinta en mi vida el tal Marx? Que cada cual se apunte a las escuelas de satanismo que le pete, pero que no me involucren a mí y, sobre todo, que no me quieran controlar a mí, y menos con sus aprendizajes. La sociedad está enferma de política. Marx y Engels no valen ni para ser arrojados al cubo de la basura, porque eso sería concederles una gracia, la de existencia, de la que no deberían de gozar. Ya está bien de rollos macabeos. Al dichoso Marx, del que tengo entendido que su obra magna es una castaña con ínfulas, no lo quiero en mi vida, y mucho menos quiero que me lo impongan, sea con el nombre que sea, es que me la suda: a mí qué coño me importa que el tío ese fuera socialdemócrata o comunista o lo que fuera. Bueno, marxista me imagino que sería, ¿no? “Pablo Iglesias argumentó que su socialdemocracia no contradice su pasado comunista, porque “Marx y Engels eran socialdemócratas”. Bueno, muy bien, ¿y a mí qué me cuenta? ¿Y si yo, en lugar de estar ocupándome de sus contradicciones internas o falta de ellas prefiriera ocuparme de ganarme las lentejas? La política, que se la guisen y se la coman, sin cobrarme a mí la comida y sin involucrarme de ningún modo, quienes les dé por ahí. En el mundo nunca existieron los partidos políticos. Ahora se considera que eso es la cosa más normal del mundo y que alguien que, como yo, piense que son una invención absolutamente nefasta, es que está mal de la cabeza. Que se monten los que quieran ser políticos un club privado y que allí dentro hagan entre ellos y sus forofos sus elecciones y lo que quieran sin meterme a mí, por la fuerza de la ley y de las porras policiales con las que se hace cumplir la ley, en el fiestorro. Yo amo la libertad, no amo a Marx ni a Lenin ni a la madre que los parió. Que no me la quiten ni me vengan, ni siquiera para salvármela, con películas raras de marxismos o no sé qué es lo único que quiero, como yo no les impediré que, si así gustan, y pagándolo de su bolsillo y no del mío, se monten excursiones nostálgicas al archipiélago Gulag o al museo de los horrores por el bien común. En cuanto a lo de que “El problema estriba en que la violencia carnívora del comunismo no tiene buena defensa, mientras que la violencia vegetariana del socialismo está desgastada tras décadas de impuestos y corrupción”, ya tenía ganas yo de ver asociada la palabra violencia con todo tipo de socialismo, porque no hay que engañarse: lo único que diferencia al socialismo comunista del otro, del socialdemócrata y supuestamente bueno, es el tipo de violencia: mientras en el comunismo se mataba, en el bueno se achicharra a impuestos, que trae mucha más cuenta porque la gallina de los huevos de oro no espicha, o tarda más en hacerlo, para contento de la feligresía, que como ve que no palma, y que además la dejan votar, pues de qué te quejas, oye, y Virgencita que me quede como estoy. Y tanto, y tanto que te vas a quedar. O mejor dicho, que nos vamos a quedar, y eso es lo malo: que la suerte de unos la deciden los otros: justo quienes a obligarme a mí sufrir la de ellos lo llaman, con Marx, con Engels o con Rita la Cantaora, vaya usted a saber qué, por ejemplo justicia y libertad.
Muy bueno Don Marcelino Valero, lo suscribo al 100%, solo un asunto importante: Que aunque a usted no le importe esto de la política, le afecta muchísimo, por cuanto ellos serán los que decidan su grado de libertad y, esto último, si he visto que le importa y, creo, que mucho. Así que, desgraciadamente o por suerte, quien sabe, tenemos que estar en esto de la política. O sea que la lucha continua pese a no gustarnos esta pelea.