Así como la isonomía es la igualdad ante la ley, y la isegoría o isogonía la igualdad en la participación en el ágora y la Administración, la isocracia es la igualdad en el poder y la toma de decisiones. Esta antigua expresión es empleada por Aristóteles para definir la democracia. Por supuesto, todo el empleo de la noción de igualdad en la Antigua Grecia se refería a la igualdad exclusivamente entre los ciudadanos, categoría que excluía a las mujeres, los extranjeros y los esclavos.
Se ha dicho que el uso moderno de la expresión, referido al conjunto de la población, nació con el reverendo Sydney Smith en 1845, aunque en realidad la empleó antes Coleridge en unas notas sobre el Quijote, en las que compara el anhelo de Sancho por su ínsula con “la codicia naciente de la actual democracia, o isocracia” (Samuel Taylor Coleridge, Essays & lectures on Shakespeare & some other old poets & dramatists, Londres y Nueva York, 1907, pág. 255).
La isocracia es a veces reivindicada como una resultante óptima de la combinación entre liberalismo y socialismo. Sin embargo, no me parece convincente aludir en este contexto al liberalismo, porque la democracia, con la regla isocrática de una persona un voto, ha probado ser antiliberal en lo tocante a la propiedad de los súbditos, que con la excusa de “luchar contra las desigualdades” ha sido crecientemente usurpada por el poder.
Sospecho que la cuestión no estriba tanto en la igualdad en el ejercicio del poder sino en la mentira conforme a la cual se nos asegura que un pueblo no puede actuar contra sí mismo, y que una regla simple como la mayoritaria no conducirá a violar los derechos de la minoría o incluso del conjunto.
Sin salirnos de la Antigüedad, estamos en manos no sólo de demócratas/isócratas sino de Pseudólogos, los que personifican las falsedades. Dirá usted: no se puede mentir todo el tiempo a todo el mundo, y la mentira tiene patas cortas.
Esta última y bonita expresión deriva posiblemente de la mitología: el mentiroso Dolos copió la estatua de la Verdad de su maestro Hefesto, que metió la suya propia y la de Dolos a la vez en el horno. Pero Dolos no había terminado de esculpir los pies, con lo cual salieron del horno dos estatuas: la Verdad, que marchaba con paso firme, y la Mentira, que se movía sin seguridad, por sus pies imperfectos.
Sea cual fuere la fuente de esa expresión, lo que sí sabemos es que las patas cortas o incompletas de la mentira jamás le han impedido prevalecer durante mucho tiempo sobre mucha gente, incluidos los isócratas y demás biempensantes que fantasean con la idea de que es la forma del poder, y no sus límites, lo que preserva la libertad y los derechos de los ciudadanos.
Está claro que «la democracia» en si no garantiza nada, pues se la atribuyen tanto los regímenes comunistas como los capitalistas, y no digamos los populismos de todo pelaje. Lo que diferencia a la «buena» de la «mala» es, a mi juicio, «el Estado de Derecho» basado en la libertad individual y los demás derechos fundamentales universales tales como la propiedad privada, los contratos libres entre las personas y la división y limitación temporal de poderes, por cierto esto ultimo suele ser el autentico caldo de cultivo de la corrupción política, pero claro los partidos prefieren limitar la velocidad en las autovías o la libertad de fumar, que sus periodos en los «cargos». Coincido tanto con el profesor Rodiguez Braun como con otros pensadores liberales que la autentica libertad no es la social, esa es pura ficción, sino la individual, esta que se ataca cada día sin miramiento.