Los hechos son sagrados y las opiniones son libres. Por tanto, el periodismo de trinchera hace peligrar la objetividad.
Sin embargo, los hechos no son sagrados, porque están sometidos siempre a refutación: los periodistas contamos las cosas como las vemos, y nos podemos equivocar, y mucho.
Las opiniones tampoco son libres, en el sentido de que podamos opinar cualquier cosa, porque también los periodistas estamos sometidos a las reglas de la lógica y la verificación empírica. Yo no puedo opinar que si A es igual a B, y B es igual a C, entonces A no es igual a C. La lógica me lo impide. Y tampoco puedo proclamar, como la mayoría de la opinión publicada, que en los últimos años el Estado ha sido “desmantelado”, porque el gasto público no ha caído apreciablemente, y no puedo opinar que sí lo ha hecho: la contrastación empírica me lo impide.
¿Implica esto que la objetividad es imposible? Si pensamos que la objetividad es la verdad absoluta, seguramente sí: en nuestra debilidad intelectual y nuestra vasta ignorancia, la verdad absoluta es apenas un ideal regulador, como decía Karl Popper, y no algo que podamos alcanzar y predicar con autoridad incuestionable.
Si la objetividad está abierta a discusión ¿qué problema hay con el periodismo de trinchera?
La famosa serie de cuadros de Magritte con la inscripción Ceci n’est pas une pipe, refleja el problema: es evidente que estamos viendo una pipa, y sin embargo lo que en realidad estamos viendo es una imagen de una pipa.
La clave es la conciencia de la imagen. Cuando un periodista nos cuenta una cosa, y la profesión se basa en contar, sabemos que nos cuenta lo que ve de esa cosa. Como es una persona, tiene sus opiniones, ideas, valores, y sesgos de todo tipo.
Esto no tiene por qué estar mal. A nadie le escandaliza que el Wall Street Journal simpatice con los republicanos y el New York Times con los demócratas. Y seguro que hay monárquicos que están suscritos al Economist, como quien esto escribe, sabiendo que el semanario británico está en contra de la monarquía. Es normal que en España haya más opiniones liberales en La Razón que en El País, y más en Expansión que en Cinco Días, y más en Libertad Digital que en Público, y más en Actualidad Económica que en cualquier otra revista. Y no pasa nada.
¿Qué es lo malo del periodismo de trinchera, entonces? No es que tenga opinión, que eso tenemos todos. Lo malo es que en las trincheras uno no conversa, no compulsa pacíficamente sus ideas con las ideas de otros, sino que ataca. No quiere discutir, sino aniquilar. El que el atrincheramiento periodístico tenga que ver con la política y no con el mercado ni la sociedad civil es algo que ratificará las opiniones liberales de algunos.
(Publicado en Informadores, Nº 62, abril 2016.)