El hecho de que un partido tan enemigo de la libertad como Podemos haya surgido de la Universidad, concretamente de mi Complutense, podrá ser motivo de inquietud. Pero no de asombro.
El mundo académico está repleto de antiliberales de todas las tendencias, en particular de izquierdistas –en las regiones con peso político de los nacionalistas, también predominan los reales o supuestos intelectuales de esa adscripción. La crisis económica, ahora igual que en los años 1930, ha envalentonado al colectivismo, y proliferan quienes están plenamente dispuestos a culpar de todos los males a la libertad y a sus instituciones, como la propiedad privada y los contratos voluntarios, el comercio y el mercado.
El auge colectivista, asimismo, envalentona a numerosos mediocres, precisamente porque les brinda la calidez del grupo y la engañosa sencillez de cohesionarlo en torno a la condena de unos malvados al parecer tan diáfanos en su perversidad como precisos en su identificación: los ricos, el 1 %, la casta, el imperialismo, la globalización, el neoliberalismo, etc. Este fenómeno venía desarrollándose con anterioridad, en especial tras la caída del Muro de Berlín, que privó a los comunistas de ejemplaridades edificantes, y animó a populistas y a nacionalistas.
Hablando del Muro, de caídas y de la Universidad, cayó en mis manos hace un tiempo la convocatoria para un encuentro académico sobre Europa. Afirmaban los convocantes que debemos a Europa el progreso económico, la Ilustración y el “Welfare State”, pero también cosas malas, concretamente tres: el imperialismo, el nazismo y el fascismo.
No se trataba de un panfleto de un grupo de fanáticos, terroristas, o fundamentalistas de ningún tipo, sino de unos profesores universitarios europeos. Cabría apuntarles que el progreso económico europeo se debió justamente a las instituciones que el mundo académico desdeña y hostiga; o que hay al menos dos Ilustraciones, la liberal de Escocia y la racionalista del resto de Europa, con consecuencias diferentes a la hora del aprecio mayor o menor a la libertad; o que el Estado de bienestar no fue un logro de la libertad sino una imposición del poder.
Pero lo más impresionante es el lado malo que estos académicos encontraban en Europa, porque no hacían mención alguna del comunismo, criatura europea donde las haya, expuesta en 1848 en un conocido manifiesto firmado por dos europeos, Karl Marx y Friedrich Engels, y que se concretó en los regímenes más despóticos y sanguinarios que hayan padecido nunca los pueblos del mundo, muchos de ellos aquí en Europa.
Esta es sólo una pequeña muestra de la educación superior en Europa, singularmente de la educación pública. De esa enseñanza no es muy fácil que broten personas entusiastas de la libertad y los derechos individuales. Repito, Pablo Iglesias y sus secuaces nos pueden inquietar por sus proclamas y actitudes tan contrarias a la libertad de los ciudadanos. Pueden suscitar en nosotros una reacción de prudencia, cautela y también temor. Pero no de asombro.