He vuelto este año a disfrutar con Les Luthiers, a quienes no he dejado de admirar desde que los vi por primera vez hace casi cincuenta años en mi Buenos Aires natal.
En la antología que presentan en España, bajo el nombre de “¡Chist!”, hay un hilo conductor llamado “La Comisión”, un número que se intercala en varios momentos del espectáculo, en el que unos políticos corruptos encargan a un músico cambiar el himno nacional. Me concentraré en sólo dos aspectos.
Ante la descarada manipulación que pretenden las autoridades, el músico protesta: “No se puede cambiar la historia”. Es bien sabido que el totalitarismo en todas sus variantes se dedica precisamente a eso, a cambiar la historia, y a menudo con notable éxito. A escala mundial, piénsese en la distorsión que aún hoy se mantiene sobre la maldad nazi y la bondad comunista, reflejada en incontables películas y otras manifestaciones culturales. A escala de nuestro país, dos ejemplos son la deformación del pasado por parte de los nacionalistas separatistas y, otra vez, la mitificación del antifranquismo de izquierdas como si encarnara obviamente los ideales de la paz, la tolerancia, la democracia y la libertad.
El otro aspecto políticamente destacable de la desopilante “Comisión” es cuando los políticos pretenden buscar un enemigo y le indican al compositor que a partir de ahora el enemigo es ¡Noruega! Estupefacto, el músico pregunta: “¿Y qué nos han hecho los noruegos?”. Lógicamente, nada, pero hay que encontrar un enemigo que encienda los ánimos populares.
En el inquietante capítulo 10 de Camino de servidumbre, sobre el triunfo de los peores, Hayek habla de este mismo asunto al referirse al impulso de los demagogos a agrupar un cuerpo homogéneo de seguidores: “Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio a un adversario, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del «nosotros» y el «ellos», la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común. En consecuencia, lo han empleado siempre aquellos que buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de las masas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertad de acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el «judío» o el «kulak», o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal de un dirigente totalitario.”
Cabe recordar el énfasis constante de los populistas y demás antiliberales de toda laya en contra de unos malvados, únicos culpables de nuestras aflicciones: la oligarquía, el capitalismo, los ricos, el 1 %, los de arriba, la casta, las multinacionales…en suma, contra los noruegos.