Dentro de los equívocos del pensamiento único figura el pretender que la izquierda ha sido siempre amiga de los sindicatos, afirmación discutible históricamente, porque bastantes comunistas desconfiaron a menudo y desde muy temprano de los sindicatos, a los que veían como reivindicativos pero no revolucionarios. En cambio, entre los que apoyaron los derechos de los sindicatos se contaron algunos liberales, empezando por Adam Smith.
A raíz del cambio en el liderazgo de la UGT, que ha pasado de Cándido Méndez a Josep María Álvarez, se ha subrayado que no puede un prejubilado renovar nada, o que el señor Álvarez coqueteó con los independentistas, o que protegió a corruptos. Pero una persona mayor puede naturalmente renovar un sindicato, y lo que usted quiera. En cuanto a simpatizar con los nacionalistas, no sería la UGT la primera que se acercara a ellos. Y en cuanto a la corrupción, no es algo específicamente sindical, sino algo que afecta a los sindicatos por el principal cambio que ha registrado su actividad en nuestro país en las últimas décadas: su creciente politización.
Este fenómeno representó un abrazo del oso para los sindicatos, convirtiéndolos en burocracias dependientes del dinero público y del favor de las autoridades. En esas condiciones lo lógico es languidecer, y es lo que ha sucedido. En tal panorama la elección del señor Álvarez es decepcionante, pero no por la vejez de su persona sino por la de sus ideas.
Por ejemplo, la “apuesta por la industria”, expresión equívoca, primero porque no es una apuesta, porque el dinero no es suyo, y segundo porque nadie puede saber cuánta industria conviene a España: pretender saberlo es un delirio colectivista más marcado por la arrogancia que por la solvencia. Otra idea rancia vinculada con la apuesta por la industria es la fantasía de que el poder ha de diseñar la economía de forma tal que sea estable; por eso habló don Josep María en contra de la “economía del viento”, que va bien sólo cuando goza de rachas favorables, como la caída del precio del crudo. Es una idea muy curiosa, porque, otra vez, nadie sabe cómo construir una economía que resulte invulnerable, y la historia prueba que cuanto más intervienen las autoridades en su diseño, peor les va a los trabajadores y a los empresarios.
Otra característica del colectivismo predominante es su concomitancia y transversalidad con los totalitarismos de cualquier laya. Por ejemplo, el recelo ante la libertad, el pensar que con menos libertad habrá más empleo, lo que constituye una verdadera nostalgia franquista.
Y, finalmente, la vieja y nada renovada actitud paranoide, típicamente antiliberal, que han ostentado siempre los fascistas y los demás socialistas de toda condición. El señor Álvarez cargó contra la prensa y los poderes fácticos: “Hubo una campaña del capital y de los poderosos para criminalizar el sindicalismo”. Los sindicatos no tienen culpa de nada, claro.
(Artículo publicado en La Razón.)
Ciertamente que el sindicalismo está de capa caída, no solo en España, quizás porque son los mismos que ya estaban en el Sindicato Vertical del Franquismo, sino y sobre todo en España, porque han estado de espaldas a la economía real. Fiel heredera de la regulación proteccionista del franquismo, los dirigentes sindicales sólo han pretendido mantener situaciones pretéritas que poco o nada sintonizan con una economía global de competencia y un mercado de libre comercio, culpable del «pertinaz paro de España» pero, claro, a los sindicatos no les importan los parados sino sus privilegios y algo sus afiliados con contratos fijos e indemnizaciones de 40 días de salario por mes, aunque las empresas tengan perdidas y se vean obligadas a cerrar, y que no se olvide «los convenios sectoriales» sin discernir la situación de las empresas. Pena de Sindicatos que son mas herederos del franquismo que la fundación que lleva su nombre.