La llegada de Mauricio Macri a la presidencia de la República Argentina invita al optimismo, al menos porque difícilmente su gobierno será peor que los anteriores.
En efecto, los Kirchner, que gobernaron el país austral durante los últimos doce años, han sido lamentables. Aprovecharon el encarecimiento de las materias primas para usurpar cada vez más recursos de los argentinos y engordar un gasto público que finalmente no pudieron financiar. Su “solución” fue seguir gastando, dilapidando las reservas de un irresponsable y sumiso banco central, y ahogando el tipo de cambio mediante el gráficamente denominado “cepo cambiario”. La inflación fue controlada, por decirlo con sarcasmo, mediante el expediente de someter también al Indec (el INE argentino), que en manos de los Kirchner llegó a mentir con las estadísticas para ocultar la inflación real.
El arbitrario y enloquecido intervencionismo populista no ha tenido límites ni vergüenza, hundiendo la seguridad jurídica del país en episodios bochornosos, algunos con empresas españolas como protagonistas o víctimas, como fue el caso de la expropiación de YPF.
Si sumamos a ello la delirante política exterior, alineada con los peores gobiernos del mundo, y el sectarismo y la manipulación de la historia en el interior, que convierte a la funesta “memoria histórica” de Zapatero en un juego de niños, la conclusión optimista se impone con rotundidad.
Pero entonces ¿por qué conviene el adjetivo “cauto”? Por tres motivos. Primero, la herencia recibida, cuya gravedad cabal se ignora, pero será con toda certeza devastadora. Segundo, el pasado, con varios ejemplos de presidentes que suscitaron gran entusiasmo y terminaron siendo calamitosos, como Alfonsín o Menem. Tercero, porque no se sabe bien a qué carro político se apunta Mauricio Macri, calificado de “liberal” con tanta premura como poca precisión, aunque siempre cabrá argumentar que comparado con la dinastía presidencial saliente cualquiera es liberal.
Sea cual fuere la suerte del nuevo ocupante de la Casa Rosada de Buenos Aires, el diagnóstico sobre el desastre kirchnerista es claro. No exageró el destacado economista argentino José Luis Espert cuando le preguntaron poco antes de las elecciones qué había hecho bien el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Respondió lacónicamente: “nada”.
(Editorial de Actualidad Económica, enero 2016)