Tengo una pregunta (económica) para usted

El Mundo, suplemento El Cultural, 18 septiembre 2008

            Siempre se ha dicho que los profesores aprendemos mucho de nuestros alumnos. Robert H. Frank, catedrático en la Universidad de Cornell, se lo ha tomado tan en serio que ha reunido en este libro [El economista naturalista, Península] preguntas efectivamente planteadas por estudiantes y colegas, preguntas de la vida cotidiana pero cuyas respuestas posibles se enriquecen con la mirada del economista.

            Las preguntas son numerosas, interesantes y llamativas. Aquí va una pequeña muestra: ¿Por qué se envasa la leche en recipientes rectangulares, y los refrescos en recipientes redondos? ¿Por qué muchos bares cobran el agua pero regalan los cacahuetes? ¿Por qué las empresas de alquiler de coches no aplican ninguna penalización por cancelar una reserva en el último minuto, mientras que los hoteles y las aerolíneas cobran gastos considerables? ¿Por qué las tiendas que abren las veinticuatro horas del día tienen cerraduras en las puertas? ¿Por qué los ordenadores portátiles funcionan con la red eléctrica de cualquier país y, en general, los demás aparatos no? ¿Por qué se enciende la luz cuando abrimos el frigorífico, pero no cuando abrimos el congelador? ¿Por qué los médicos suelen recetar demasiados antibióticos? ¿Por qué las ballenas y no los pollos están en peligro de extinción? ¿Por qué las parejas japonesas gastan más dinero en las bodas que las parejas estadounidenses? ¿Por qué en los coches los asientos de seguridad para niños son obligatorios y en los aviones no? ¿Por qué tienen tanto éxito las películas australianas?

            Ante estos interrogantes y muchos más Robert Frank plantea respuestas económicas, desde la lógica de los costes hasta la de la información asimétrica. Estudia los problemas derivados del desajuste entre el interés individual y el colectivo, la tragedia de los bienes comunales y muchos otros asuntos, como los juegos y la carrera armamentística –no es casual que el volumen esté dedicado a Thomas Schelling.

Su punto de vista es simpatizador del mercado pero sin ignorar sus dificultades. Se inscribe en la línea de Freakonomics o El economista camuflado, pero para los economistas y profesores de economía les resultará quizá más atractivo, porque les proporcionará ideas y ejemplos para lograr esa ardua meta que todos ambicionamos: que los estudiantes recuerden nuestras clases como una experiencia interesante. Hablando de profesores, disfruté con algunas ironías, como la de que los catedráticos de Humanidades procuran ser oscuros para parecer eruditos, y los economistas nos rodeamos de matemáticas para dar la impresión de un rigor del que en realidad carecemos.

            Llama la atención las poquísimas preguntas que hay en este libro sobre dinero, crédito y política monetaria. Se me ocurren dos hipótesis para dar cuenta de esta omisión. Una es la proverbial dificultad y abstracción de los problemas monetarios y financieros. La otra hipótesis tiene que ver con la amistad y la prudencia. Frank y un colega escribieron juntos un manual introductorio (Principios de economía, McGraw-Hill). Ese colega se llama Ben Bernanke.