Hemos votado hace poco, y elegimos a unas personas que ocuparon sus escaños este miércoles suscitando en los votantes más o menos regocijo, inquietud o bochorno. Y votaremos en el futuro, debatiendo, como casi siempre, sobre las motivaciones económicas de los electores, sobre el peso de la gestión de la economía a cargo del gobierno, y sobre el grado en el que los ciudadanos votamos con nuestras carteras.
El propio Gobierno actualmente en funciones ha hecho del argumento económico un eje de sus mensajes. En román paladino, dice algo así: “llegamos en 2011, y hemos estado hasta hoy: mirad cómo estabais vosotros entonces y cómo estáis ahora; la economía va evidentemente mejor, y tenemos el mérito de la mejoría, votadnos”.
No sabemos qué habría pasado con otro gobierno, pero la recuperación no la consiguen los gobiernos, sino los empresarios y los trabajadores. El mérito de los gobiernos es no fastidiar esa creación, y allí el balance del PP es complejo, porque empezó subiendo los impuestos, contradiciendo lo que decían sus líderes (aunque no el programa electoral). Por supuesto, no todo lo hicieron mal, eso sería imposible, pero dicha medida propició la recesión y el paro. Y desde luego alejó a numerosos. No está claro que la recuperación sirva para atraerlos otra vez.
La gente no vota sólo por su cartera. Si así lo hiciera nunca votaría a los partidos que suben los impuestos, es decir, nunca votaría por ningún partido, porque todos los suben, o los han subido; las alternativas emergentes y bastante exitosas en España los van a subir probablemente (Ciudadanos) o con absoluta seguridad (Podemos).
Más bien, parece que votamos por una mezcla de motivos, pero entre ellos destaca el sentirnos bien, el votar lo que nos parece que está bien, por ejemplo “subir los impuestos a los ricos”: por eso casi todos los partidos lo proponen, lo que es una doble inmoralidad, primero porque saben no se puede financiar el gasto público gravando sólo a los ricos (por más que algunos incluso quieran pagar más, como Warren Buffet), y segundo, porque saben que esa propuesta alimenta el combustible más siniestro del estatismo: la noción de que no importa que recorten los derechos de los demás si de esa violación nos podemos beneficiar nosotros.
Por eso, porque votamos lo que parece que está bien, se agita tanto la corrupción, grave pasivo para los que ya han gobernado. Y por eso se izan banderas de supuesta urgencia nacional, como los pactos para gobernar ignorando sus costes y consecuencias. El último episodio es el intento de Pedro Sánchez de formar un pacto a la portuguesa para cerrar el camino al PP, como si abrírselo a los chavistas fuera un acto propio de grandes estadistas respetuosos con los derechos, las libertades y la prosperidad de los pueblos.
(Artículo publicado en La Razón.)
Hola Dr. Braun
Se puede decir que existe el voto moral y el voto por interés. El voto por interés es egoísta, votamos la opción que más nos va a convenir a nosotros mismos; esto es totalmente legítimo pero tenemos que valorar la ética detrás de estos intereses, como votar por interés que le suban los impuestos a otros para beneficiarse. El voto moral es aquel que votamos porque consideramos que hacemos lo correcto para la comunidad, el país o el bien universal; esto puede degenerar al voto con ilusión, votar con pasión, el voto anti o el voto de castigo; esto está bastante alejado de la concepción ética aristotélica como toma de decisiones racionales entre personas. En definitiva nada nuevo desde Aristóteles o los demagogos y aristócratas atenienses.
Saludos
Pablo