El coche particular, uno de los inventos del mercado libre que más ha mejorado la calidad de vida de las personas, es, por eso mismo, aborrecido por los recelosos de la libertad.
Cuando veo a nuestros progres fomentando sin cesar la bicicleta en las ciudades contra el automóvil, recuerdo cuando la dictadura comunista que esos mismos progres idolatraban asesinaba a millones de trabajadores y obligaba a los demás, precisamente, a ir en bicicleta. Eso sí, en cuanto esa dictadura aflojó un poco la mano, y por tanto bastante chinos pudieron enriquecerse, todos quieren comprarse un coche. Lógico, son chinos, pero quieren ser capaces de elegir cómo se mueven en la ciudad.
Entre tanto, la alcaldesa madrileña, Manuela Carmena, propuso que las empresas no tengan aparcamiento, para…¿y para qué va a ser? “para que no se use el coche”. Es tal la invasión de la libertad que eso conlleva que los populistas que gobiernan Madrid han retirado la propuesta, de momento.
Todo esto recuerda también, y no por casualidad, al fascismo, que, como se sabe, fomentaba el culto a la gimnasia y el cuidado de los animales: los nazis prohibieron la caza del zorro, y habrían atacado los toros, como los de Podemos.
Para esquivar reproches, los populistas utilizan la libertad como arma arrojadiza: igual que persiguieron sin base alguna a los fumadores acusándoles de matar al prójimo, violando así su libertad, en el caso del frenesí ciclista contra el coche alegan que protegen la “libertad de respirar un aire limpio”. Como si los países menos liberales se destacaran por su cuidado del medio ambiente.
El priblema, creo yo, es que no se fomenta la bicicleta, que es una fantástica alternativa alternativa al transporre. Es que se deminiza el coche sin mas. En Huelva, por ejemplo, se ha contruído una ineficiente red de carriles bici y se ha peatonalizado el centro sin ofrecer aparcamiento a los conductores. Como usuario de ambos medios de transpirte puedo dar fe de ello.
Este es mi punto: fomentar una cosa atacando la otra.