Pablo Iglesias declaró: “La dicotomía que está en juego no es la que distingue lo nuevo de lo viejo, sino la que separa la política de compromiso con las élites de la que defiende a los sectores populares”.
El populismo busca siempre enfrentamientos simples entre buenos y malos, y une nociones de los dos sistemas antiliberales más siniestros: el fascismo y el comunismo, aparentemente antitéticos. En realidad, no lo son: la verdadera oposición de fascismo y socialismo no se establece entre ellos sino entre ambos y el liberalismo.
El populismo establece conflictos entre dos bandos, con las siguientes características: son conflictos inevitables, tienden a agravarse, no pueden resolverse sino es mediante la acción política, y enfrentan a una minoría despreciable contra una mayoría abnegada y oprimida, pero que aún carece de políticos que la representen dignamente. Este papel sólo lo podrán ocupar, por lógica, los propios populistas.
Planteado el enfrentamiento, surge ocasionalmente la necesidad de delimitar con algo de claridad los bandos, y aportarles algún contenido. Iglesias se apresura a negar que el dilema sea escoger entre lo nuevo y lo viejo. Si así fuera, podría perder el apoyo de los más jóvenes o los mayores, los más tradicionalistas o los menos, y eso es lo último que le interesa: el populismo accede normalmente al poder mediante elecciones; es la democracia su recurso, no la revolución, aunque no le hace ascos a la violencia o la intolerancia, e incluso las practican sus líderes más destacados, como el propio Iglesias, que a los gritos impidió hablar a Rosa Diez en la Universidad Complutense.
Observemos cómo describen en Podemos a los malos: “las élites”. Dice el DRAE: “minoría selecta o rectora”. Sociológicamente es muy plural y en realidad no hay manera de definirla de modo claramente peyorativo. Por ejemplo, nadie construiría un discurso político atractivo planteando acabar con la élite de los actores, o los intelectuales, o exigiendo que se les impida jugar a Pau Gasol o Rafael Nadal, por ser deportistas de élite.
En cualquier sentido que le demos a la palabra élite, el primer elitista es el mismísimo Pablo Iglesias. Lo era antes, por su formación académica, porque no hay muchos doctores, y lo es clamorosamente ahora, cuando todo el mundo parece ávido de escucharle y entrevistarle, algo que sucede con poquísima gente.
Pero entonces, si hasta los propios líderes populistas son élite ¿qué quieren decir demonizan a las élites? Simplemente, que ellos puedan señalar a unos malvados fácilmente identificables por el público y fácilmente censurables o envidiables. Dirá usted: los ricos. Pues no es tan sencillo. No se trata de ricos: se trata de ricos a los que Podemos pueda demonizar. La clave es que ellos son los que determinan quién es la élite, y quién no. Quiénes son los malos.
Y los buenos. Otra vez, la indefinición. Son “los sectores populares”. ¿Quiénes son? A veces se habla de “clases populares”, categoría también difusa. La clave siempre es: ¿Quién define quién está en esos sectores tan buenos y quién no? Adivine.
(Artículo publicado en La Razón.)