Y al final, después de tantos insultos a los alemanes, después de tantos retratos repugnantes de la canciller Angela Merkel con el bigotito de Hitler, después de tanta hipocresía, resultó que los parlamentarios alemanes fueron y dijeron que sí: una amplia mayoría del Bundestag aprobó el viernes empezar a negociar un tercer rescate a Grecia. Tenía toda la razón el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, cuando declaró: “Es absurdo decir que se ha humillado a Grecia”.
Conviene recordar que los reticentes tenían argumentos más que razonables para negarse: el desastre de Grecia ha sido provocado por sus propias autoridades, de todos los partidos, que aprovecharon el paraguas del euro para emprender una política de incremento espectacular del gasto público que al final, como siempre sucede, se vuelve insostenible. Allí es cuando hay que decidir una política de recortes de verdad, o una política que no baje el gasto lo suficiente y que recurra a los contribuyentes, de dentro de Grecia y sobre todo de fuera.
Esta última condición soliviantó a algunos políticos europeos, que comprendieron no sólo que era algo costoso en términos económicos y políticos, sino que además tendía a fortalecer a los irresponsables mandatarios de Atenas. De ahí la sugerencia nada menos que del ministro germano Schäuble de la salida temporal de Grecia del euro. Esa medida trasladaba el peso del ajuste a los gobernantes griegos, pero era temida por Merkel, la supuestamente malvada Merkel, que al final maniobró para neutralizarla.
La situación actual, pues, es de patada a seguir. Se emprende el camino hacia un nuevo rescate y los bancos griegos abrirán el lunes. Puede que sólo para que, hablando de seguir, los ciudadanos sigan sacando sus euros para no volverlos a depositar allí, como vienen haciendo desde hace tantos meses. Ellos, por cierto, también tienen argumentos razonables para la desconfianza. En primer lugar, porque ya habido un nuevo corralito, tras el de Chipre, eso que los gobernantes europeos aseguraron que no iba a pasar. Y, en segundo lugar, porque las medidas a adoptar no pasan tanto por recortar el gasto como por subir los impuestos, lo que conspirará contra el crecimiento, que es lo único que realmente podría resolver el problema.
(Artículo publicado en La Razón.)