El gasto público es el principal legitimador del poder, y la democracia no sólo no ha modificado esta regularidad, sino que la ha consolidado. Por eso, dicho gasto es extraordinariamente rígido, y las diferencias vienen marcadas por las fases del ciclo, que sitúan a la Hacienda Pública en una sucesión de círculos viciosos, como el que hemos vivido hasta 2014, y virtuosos, como el que viviremos a partir de este año 2015. La reducción del techo de gasto del Estado, aprobada por el último consejo de ministros, así lo ratifica.
Echemos un vistazo hacia los años de vacas flacas, que se iniciaron en 2007. A la resistencia natural de todos los políticos a reducir el gasto se sumó el derrumbe procíclico de la recaudación tributaria. Ante ese panorama, y ante el pánico, probablemente fundado, del impacto electoral de un recorte apreciable del gasto, los gobiernos lo mantuvieron en términos globales nominales, aumentándolo considerablemente en porcentaje del PIB. El déficit explotó, a pesar de las subidas de impuestos, que frenaron la recuperación, unas subidas de impuestos que, por cierto, no fueron suficientes para compensar la diferencia entre gastos e ingresos, y de ahí el notable aumento de la deuda pública, hasta el entorno del 100 % del PIB.
Al contrario de lo que clamaban quienes protestaron por los supuestos “recortes” del gasto, e incluso disparataron arremetiendo contra un “desmantelamiento del Estado de bienestar”, que nunca existió, lo único que sucedió fue que la tasa de crecimiento de diversas partidas del gasto se frenó, pero porque subió acusadamente en dos partidas concretas: las prestaciones por desempleo y los pagos de intereses de la deuda pública.
La vuelta al crecimiento cambia las palancas e inaugura el círculo virtuoso. Baja el gasto por desempleo, porque cae el paro; aumenta la recaudación, porque sube la actividad e impacta sobre unos tipos fiscales mayores; y todo esto, sumado a intereses menores y un PIB al alza (que cada vez se revisa más al alza), permite frenar la subida de la deuda pública sobre el PIB, e iniciar un lento camino a la baja.
De ahí que el ministro de Hacienda haya insistido, con razón, en que una cosa es el techo de gasto y otra cosa los recortes: la austeridad se define porque el gasto no aumenta pese a que lo hace la actividad, y el déficit se reduce, justo al revés de lo que pasó en los años del círculo vicioso. Y en los próximos años podremos pagar algo menos impuestos cada contribuyente, pero la recaudación será mayor, lo que permitirá, como se dice con una habitual ligereza, más “alegrías” en el gasto.
(Artículo publicado en La Razón.)
Lastima que sus «alegrías» sean a nuestra costa. Yo también estaría alegre si pudiese salir de timba y que otros pagasen mis alegrías.
La juerga iba a ser excesiva…
Quiero decir con esto último que iba a tener algo mas que la juerga convencional.(aquella en la que yo pago por lo que yo quiero,porque los beneficios superan a los costes).