La palabra que más se repitió después de las sesiones fue cesiones: por fin, después de tantos meses de negociaciones infructuosas, el Ejecutivo de Alexis Tsipras empezaba a ceder. Se subrayaron en particular las pensiones y los impuestos. Finalmente, tanto se zarandeó la idea de las cesiones que ayer martes lo que más circuló fue que al final, por ceder y conceder, Grecia había terminado cediendo demasiado, de modo tal que en el ala izquierdista de Syriza pusieron el grito en el cielo: no toleraremos más austeridad, dijeron.
Sin embargo, tanto los recortes de pensiones como las subidas de impuestos pueden ser interpretados no como cesiones de Tsipras, en primer lugar porque resultan inferiores a lo demandado por los acreedores, y en segundo lugar porque el objetivo del líder heleno es venderlas como imposiciones, y transmitirles a los suyos que él no quería, pero le obligaron (dentro de unos años podrá escribir un panfletito exculpatorio como el de Smiley sobre su tremendo “dilema”).
En cuanto a la mercancía averiada que venderá la troika, la clave estriba en que aquí no se ha resuelto el problema griego. Como tituló el Financial Times: “Dolorosa realidad: los acreedores seguirán financiando a Grecia”. Y conviene recordar que los malvados hombres de negro de la troika, los burócratas de la UE, el FMI y el BCE, no pagan con su dinero de ellos, sino con su dinero de usted, señora.
En Grecia, como en tantos otros lugares, la clave de los gobernantes es no limitarse jamás a bajar el gasto público todo lo que sea necesario para cuadrar las cuentas. Por eso, a pesar de lo que clama el populismo, en Grecia no ha habido “austeridad”, porque el país sigue teniendo con respecto al PIB uno de los porcentajes de gasto público más altos de Europa. Eso es lo que no quieren recortar los políticos, esos populistas de todos los partidos. Y como no lo quieren recortar pretenderán ingresar más por impuestos de sus súbditos griegos, procurando que el coste político de los mismos sea el menor posible, y aspirarán a tener todavía más dinero de fuera, es decir, el dinero que les representa un coste político mínimo porque lo paga usted, señora.
¿Qué puede hacer usted? Sospecho que sólo una cosa: viajar a Grecia, que es hoy un país sustancialmente más barato que antes.
(Artículo publicado en La Razón. )