Las palabras que utilizamos –deuda, pagos, negociación, acuerdos– confunden el fenómeno: los políticos no se juegan su dinero sino el de otros, a quienes fuerzan a pagar, que son los (mal) llamados contribuyentes. Los políticos, al revés que los ciudadanos y las empresas, soportan costes políticos. Y esto vale para todas las partes en el conflicto griego, para el acuerdo que probablemente se alcance, y para su resultado.
Así, los gobernantes griegos no quieren recortar el gasto (que es lo que hacen familias y empresas ante una crisis) ni subir algunos impuestos o bajar pensiones que les representen un coste político elevado. Entonces, presionan para que otro pague, pero ese otro, que tampoco se juega su dinero, también puede soportar un coste político acusado si cede, y entonces reclama que Tsipras sufrague una cuota mayor de dicho coste.
Tsipras responde transfiriendo a los acreedores la responsabilidad de cualquier daño político. Lo repitió Pablo Iglesias en el Wall Street Journal con su habitual demagogia: “El Ejecutivo heleno no quiere abandonar el euro. Si esto llega a producirse, será porque los países europeos precipiten esta decisión”.
La dinámica de tensión, en el fondo, puede beneficiar finalmente a todos los políticos. Siempre estos asuntos europeos están llenos de reuniones previas que fracasan, el abismo se acerca, se acerca…hasta que todo se resuelve el último día, para regocijo general, reparto de costes y beneficios políticos, con el menor daño posible para los gobernantes, y un castigo disfrazado y repartido para sus súbditos.
Tal será el resultado del acuerdo: el euro, el sistema político europeo y su oneroso y redistribuidor Estado de bienestar saldrán fortalecidos, y con ellos las autoridades europeas, que habrán sorteado la humillación del “Grexit” y tendrán una mayor legitimación para seguir concentrando poder en Bruselas. Tsipras también saldrá beneficiado en la medida en que pueda vender el mensaje de que resistió a los malvados austeros y consiguió aún más dinero barato que paga otro, a cambio de algunas concesiones, es decir, pagos de los propios sufridos griegos.
La estabilidad estará garantizada, como posiblemente lo habría estado al final sin el acuerdo. Recordemos que cuanto más tiempo pase, más fácilmente descontarán los mercados la peor situación, y ayer señalaba el Financial Times que los datos sugieren que los mercados están más tranquilos que antes sobre un posible contagio griego.
Los ciudadanos también saben con quiénes están jugando. Así, mientras el BCE (otros políticos con dinero ajeno que buscan eludir el coste político de un posible corralito + default) reparte euros a los bancos griegos para que puedan abrir el lunes, los griegos se manifiestan en las calles contra los pérfidos extranjeros y los sufrimientos que les provocan las reglas del euro, pero es el mismo euro que al mismo tiempo procuran retirar masivamente de los bancos. Serán griegos, pero no son tontos.
(Artículo publicado en La Razón.)