Las estimaciones oficiales de los déficits públicos se parecen a las estimaciones de crecimiento del PIB, lo que es lógico: ambas son realizadas por economistas, a menudo por los mismos. Por tanto, en los años de crecimiento las previsiones equivocadas lo son por defecto y en los años de recesión por exceso. Lo hemos visto en la última década, donde también hemos comprobado que en las transiciones entre las fases crecientes y decrecientes del ciclo es cuando los errores son menores. Los datos facilitados ayer lo han vuelto a ratificar: el déficit de las Administraciones Públicas se situó el año pasado sólo dos décimas por encima del PIB con respecto al objetivo del 5,5 %, un objetivo que habría sido alcanzado de no haber sido por el truco usurpador del delicadamente denominado “céntimo sanitario”, que Bruselas, esta vez, no se tragó.
El futuro, como siempre, resultará de una combinación de elementos positivos y negativos. El principal elemento positivo es el denominador del cociente: la economía va a seguir creciendo, lo que impulsará a la baja la relación déficit/PIB, es decir, el círculo virtuoso normal que opera justo al revés de lo que ha sucedido en los últimos años. Como es natural, las autoridades aducen que es la política presupuestaria la que hace crecer la economía, cuando en realidad es la segunda la que alivia la primera. Y el principal elemento negativo es el horizonte electoral, que atenúa los ímpetus reformistas, en especial en lo tocante al siempre moderado control del aumento del gasto, en la medida en que dichos ímpetus comporten mayor responsabilidad y, por ende, coste político. Cabe esperar, gracias a Dios, que durante los vaivenes virtuosos los elementos positivos prevalezcan sobre sus contrarios.
(Artículo publicado en La Razón.)