En 2007 y después, la reina de Inglaterra formuló a varios economistas una pregunta elemental: ¿cómo es posible que nadie haya visto venir la crisis?
Doña Isabel II seguía a la mayoría de la población. En efecto, si los economistas son consultados todo el rato sobre el futuro, se supone que algo sabrán sobre él. De entrada, sin embargo, hay que reconocer que sobre el futuro nadie sabe nada, y si los economistas lo conociéramos seríamos sustancialmente más ricos que los demás. Como es bien sabido, no lo somos. Dicen cruelmente en inglés: if you are so clever, why aren’t you rich?
En efecto, la infinita arrogancia de tantos economistas, de esos que nos arrojan a la cara sus doctorados y sus cátedras y sus artículos en inglés, no es capaz de refutar las obvias señales que prueban que no son realmente tan listos como creen que son o como quieren que creamos que son.
Leyendo el reciente libro de Neil Irwin, Los alquimistas. Tres banqueros centrales y un mundo en llamas (Deusto) me encontré con una notable respuesta a la pregunta de la reina sobre la crisis, brindada por alguien con un apellido tan apropiado y correspondiente como King. Esto le respondió a su soberana Merving King, el gobernador del Banco de Inglaterra: “Todos la veíamos venir, pero nadie sabía cuándo sucedería. Es como la vida en una zona sísmica, hay que intentar construir edificios de maneras más robustas” (pág. 321).
La respuesta se las trae, porque incorpora dos reivindicaciones de los economistas, tan brillantes como engañosas. Veamos.
Eso de que todos los economistas sabían que venía una crisis es como mínimo curioso, porque la mayoría no anunció la llegada de crisis alguna. Un colega de King, Trichet, dijo seriamente en 2007 que la crisis de EE UU no afectaría a Europa. Además, anunciar la llegada de la crisis pero añadir que la fecha es desconocida es como afirmar que nos vamos a morir pero no sabemos cuándo.
Aún más tramposa es la segunda frase de la respuesta, porque transmite la sensación de que la labor de los economistas consiste exclusivamente en resolver los problemas causados por otros, igual que los ingenieros y arquitectos se ocupan de asegurar que los edificios en zonas sísmicas estén preparados para aguantar terremotos.
Como es patente, la espectacular falacia de King estriba en que lo que hacen los economistas en los bancos centrales no sólo no es independiente de los “terremotos” que a continuación sobrevienen, sino que contribuye a ocasionarlos.
De haber estado allí cuando Mervyn King respondió así a la pregunta de doña Isabel II, le habría susurrado a la reina: “Aconsejo a Su Majestad que recuerde eso que dice el tango: mentira, mentira”.
(Artículo publicado en Expansión.)