Mi amigo José García-Berdoy me regaló el excelente libro de Andrés Trapiello: Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939), Ediciones Destino. Dada la magnitud de la tragedia, es inevitable sentir apego por los que se vieron arrastrados por ella e inquina hacia quienes la avivaron, en cualquiera de los bandos. Trapiello concluye con Manuel Azaña y su desaliento al ser consciente de que en el improbable caso de que ganaran la guerra los suyos, también los republicanos moderados habrían de marchar al exilio. Precisamente la falta de moderación preocupa ante la manipulación histórica: es lo que dificulta el respaldo a la memoria histórica como debería ser, es decir, por seguir con Azaña, con paz, piedad y perdón.
No es eso lo que buscan quienes despliegan “una memoria prodigiosa para los errores y crímenes de sus contrarios, y poca o ninguna para los suyos”. De ahí las ficciones de la izquierda que alega que los republicanos gozaban de “legitimidad democrática”, o que sus crímenes fueron sustancialmente menores, o que “creen haber pagado suficientemente los errores y crímenes de la República con la derrota, el exilio y la represión franquista”. Así no hay reconciliación posible, y mucho menos con los que desde la izquierda están prestos a volar los puentes de la transición y a utilizar los muertos y las letras como armas políticas. Un buen punto de partida para neutralizar este proceso es acudir a libros como el de Andrés Trapiello.
(Artículo publicado en La Razón.)