Así como la crisis alteró valores e inversiones a peor, con la recuperación veremos ejemplos en sentido contrario. Aena es uno de ellos. En su día, el Gobierno no tuvo nada claro, y con razón, que convenía emprender la llamada privatización, dada la alicaída situación de la economía española, europea y mundial. Después la cosa se reanimó, pero a finales del año pasado vino el disgusto de la comfort letter y la suspensión de la OPV. Y poco tiempo después el panorama ha mejorado tanto que el Gobierno no sólo acaba de dar luz verde a la salida a Bolsa sino que los inversores del núcleo duro (Ferrovial, March, y el fondo TCI) pueden quedar descolgados del asunto porque el precio final de la OPV puede superar los precios que ellos ofertaron en su día para quedarse con el 21 % de la compañía: tendrían que apuntarse entre los inversores institucionales, a los que esta operación está dirigida principalmente.
¿Qué ha sucedido? Pues que la economía va mejor, el turismo tira, las perspectivas de las compañías aéreas son tanto más luminosas cuanto más baja el precio de su coste crucial, el combustible, y las propias cuentas de Aena, y en particular la joya de la corona, Madrid-Barajas, lucen cada vez más rozagantes en términos de número de pasajeros y de ingresos por tarifas.
Y eso mismo, un activo que genera ingresos, es lo que el Gobierno quiere colocar en el mercado en la llamada privatización. Como es lógico, en esas condiciones el valor del activo sube, porque el negocio parece ser una buena oportunidad para inversores nacionales e internacionales, en una operación de gran envergadura.
Hablando de cuestiones de oportunidad, no olvidemos que privatizar es sacar algo de las manos del sector público, y eso no va a suceder, por tres razones. La primera y más obvia es que la mayoría del capital de Aena seguirá en manos públicas. La segunda es que se trata de un sector, como tantos otros, severamente regulado por las autoridades. Y la tercera es que se “privatiza” algo que se parece bastante a un monopolio, porque no se va usted a creer que es fácil competir con un aeropuerto alternativo.
Por lo tanto, aquí va a tener una gran oportunidad el dueño de todo esto, que es el Estado, que va a cobrar una bonita suma que supuestamente es el valor presente de un flujo de ingresos futuros que producen estos activos tan idiosincráticos que llamamos aeropuertos.
(Artículo publicado en La Razón.)