Así como los impuestos sobre el lujo siempre tuvieron buena prensa, desde los albores de la teoría de la Hacienda Pública hasta los modernos “bienes posicionales”, ahora lo que tiene buena prensa es el lujo de los impuestos: se nos aseguró durante los últimos años que “bajar los impuestos es un lujo que no nos podemos permitir”.
Destaquemos en primer lugar el uso de la retórica, que busca reflejar los ingresos del Estado como si se tratara de un reflejo de la sociedad. Por eso se dice que nosotros, todos nosotros, no podemos permitir que bajen los impuestos, en vez de apuntar, de manera más realista, que es el Estado el que no puede permitirse recaudar menos.
Que esta es la forma correcta de expresar el hecho lo demuestra la actitud de los ciudadanos: la mayoría de ellos afirma claramente que no quiere pagar más sino menos. Aunque la mayoría debería ser la palabra santa en democracia, los impuestos tienden a subir sistemáticamente, contrariando los deseos de la mayoría del pueblo.
Se dirá: el pueblo no emite mensajes coherentes, porque a la vez que pide menos impuestos reclama más gasto, con lo que podemos concluir que los impuestos que disgustan a las personas son los que pagan ellas mismas, pero no los que pagan los demás. Esto es cierto, pero evidentemente no justifica que se violen sus aspiraciones, que es lo que efectivamente sucede en los procesos de elección colectiva, en los que el propio Estado “resuelve” estos problemas básicamente decidiendo él qué combinación de gastos e ingresos le conviene más para consolidar su legitimidad.
Esto explica el funcionamiento práctico de la política, independientemente del signo de sus ocupantes: es notable que la subida de impuestos fuera una medida coincidente de socialistas y conservadores, en España y en otros muchos países, para “mantener el Estado de bienestar” y otras “conquistas sociales”, que en realidad han de entenderse como el bienestar del Estado y las conquistas del Estado a expensas de la sociedad.
Y también permite explicar por qué ahora, precisamente ahora, nuestros gobernantes y los de otras naciones se plantean bajar los impuestos, los mismos que subieron antes. ¿Es que ahora ya no es un lujo bajarlos?
Lo que sucede es otra cosa: así como la lógica del propio Estado lo impulsó a una combinación de más impuestos y menos gastos de tal modo que el daño propio fuera menor (por eso el menor gasto se concentró en inversiones), ese daño de hecho existió, y en las próximas elecciones generales el PP seguramente perderá la mayoría absoluta. Entonces, aprovecha la recuperación, la misma recuperación que su propia política obstruyó, para anunciar que ahora sí, ahora no es un lujo bajar los impuestos. Como siempre, su lujo es lo que está en juego.
(Artículo publicado en Expansión.)