Es conocida la asimetría del trato dispensado a los extranjeros cuando efectúan transacciones con nuestros activos. Si los compran, son diestros inversores. Si los venden, son malvados especuladores.
El tratamiento de George Soros revela esa asimetría. En efecto, no encontrará usted en los medios nadie que lo califique ahora de especulador, tras conocerse ayer la noticia de su acuerdo con Esther Koplowitz mediante el cual suscribirá la mitad de la ampliación de capital de FCC, adquirirá todos los derechos de suscripción de la empresaria española y se convertirá en el accionista de referencia del grupo constructor.
Recordemos que hace tres meses se hablaba de la salida de Soros y del afán del consejero delegado, Juan Béjar, para brindar toda suerte de explicaciones sobre la nueva situación de la empresa después del acuerdo de refinanciación, y las perspectivas de la ampliación. Era crucial mantener el interés tanto del húngaro como de otra figura célebre del mundo empresarial norteamericano: Bill Gates. Y hace sólo un mes y medio se daba por seguro que Soros no iba a aumentar su participación del 4 % después de dicha ampliación.
Los rumores han probado ser falsos, y el desenlace es que Soros, ya conocido sólo como “el inversor” podrá llegar a tener el 25 % del grupo de construcción y servicios, lo que añadirá, por cierto, a los negocios que ya tiene en España, por ejemplo, en el sector inmobiliario.
Esta operación es beneficiosa para FCC, que podrá presentar un plan de negocio y la ampliación de capital de 1.000 millones de euros ante la Junta General de Accionistas el próximo día 20 con mejores perspectivas de amortización de deuda y recomposición de fondos propios. Esther Koplowitz resuelve también su situación deudora personal al vender sus derechos, y mantiene el control aunque se diluya apreciablemente su participación.
No se trata sólo de una buena gestión en tiempos difíciles, aunque sin duda lo ha sido, igual que ha sucedido con los otros grandes grupos constructores españoles, que han sabido capear el temporal con la actividad exterior. También revela que el contexto económico en el que se mueven nuestras empresas mejora relativamente. Y es natural que eso anime, en España y también en el exterior, a los especuladores. Perdón, quise decir, inversores.
(Artículo publicado en La Razón.)