Alfredo Pérez Rubalcaba se marcha dejándonos una curiosidad y una falsedad. Primero, dijo que quería “volver” a la Universidad. Esto es curioso, porque para volver a un sitio hay que haber estado antes, y don Alfredo está en política desde hace más de treinta años. Incluso su plaza de profesor titular la obtuvo mediante el expediente de la “idoneidad”, ocupando ya un cargo público en la primera mitad de la década de 1980. Pero igual ha seguido estudiando e investigando. No lo sé.
Segundo, afirmó que el “mayor honor que puede tener un político es ser diputado”. Esto es incierto, porque el hecho de ser diputado no es un honor de por sí, como no lo es de por sí ser director general de la Guardia Civil. No son honores sino responsabilidades. El honor se obtiene con lo que uno hace con esa responsabilidad. Por ejemplo, no robarles a los huérfanos de la Benemérita.
¿Y el honor en el caso de los diputados? Recordemos que el honor es la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”, o la “gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas”. Es decir, el honor no es ser diputado sino cómo uno obtiene su escaño y, sobre todo, lo que hace con él.
Por ejemplo, supongamos que uno es elegido diputado en una lista cerrada, y que a continuación vota lo que le ordenan los jefes, y que nunca vota a favor de la libertad de los ciudadanos sino en favor de más impuestos, regulaciones, multas, prohibiciones, etc. ¿Dónde está allí el honor?
(Artículo publicado en La Razón.)
Falta la acepción que tienen metida en la cabeza. Su carrera es honorable cuando llegan a ganar dinero a perpetuidad sin hacer nada y, sobre todo, libres de responsabilidades. No es una falsedad. Es un desliz.
Buen verano, profesor.
Buen verano.