Blinder y la banca central

El autor de este libro [Alan Blinder, Y la música paró], destacado profesor de Princeton y antiguo vicepresidente de la Reserva Federal, ha escrito un documentado alegato a favor del intervencionismo de los bancos centrales tras la crisis: había que rescatar a los bancos porque “de otro modo el caos amenazaba con arrastrar a todos los estadounidenses con ellos al abismo”. Y lamenta que, tras el fracaso del mercado libre, numerosos ciudadanos aún no confían en sus autoridades todo lo que deberían y se niegan a reconocerles sus abnegados méritos. El héroe: Bernanke. El villano: Greenspan, pérfido liberal o incluso “libertario”, nada menos.

A pesar de estos topicazos, el libro está bien escrito y repasa con cuidado la burbuja, el apalancamiento, la desregulación, las subprimes, los derivados, las agencias de calificación y las retribuciones de los ejecutivos. Pero en la lista de los culpables no aparece la Reserva Federal post-Greenspan: de hecho, igual que Bernanke, dice que no tuvo relación con la burbuja inmobiliaria, ni con nada malo, sino que fue la salvadora ante una crisis producida por los banqueros, la avaricia y la libertad. Si las autoridades fallaron fue por no intervenir.

El argumento definitivo es Lehman, ese gran pañuelo de Desdémona que al parecer prueba de modo incuestionable la culpabilidad de la libertad: había que intervenir. ¿Por qué? Porque después de la caída se produjo un pánico, que demuestra que las intervenciones fueron correctas y que lo de Lehman se pudo haber arreglado interviniendo antes.

Lógicamente, si la inacción equivale siempre al desastre, la acción será siempre mejor. Es la idea de Blinder, que se felicita por el intervencionismo y afirma que los que recelan son viles republicanos, obstinados en criticar al gran patriota: Obama, que si en algo erró fue en la comunicación (no sé si le suena a usted este argumento). Los que piden más libertad son “magnates” y “ultraconservadores”.

Aparte de la negación de cualquier deficiencia en la política monetaria de Bernanke, se distorsiona también la realidad anterior, origen según Blinder del “daño causado por el desenfreno permitido al libre mercado”. Es tal la caricatura que se echa toda la culpa de la crisis al sector privado, y se llega a sostener que criticar la intervención del gobierno es como acusar a los bomberos de provocar los incendios. Eso sí, si después de tan excelentes interferencias públicas vuelve a haber crisis, la culpa será de…¡los críticos! De verdad, dice que serán responsables por haber “dañado la habilidad del gobierno para responder a las crisis”. En fin.

Describe bien, y aplaude, la enorme expansión monetaria orquestada por los bancos centrales, predice que las políticas no convencionales van a continuar, pide menos gasto en sanidad y (era de esperar) más impuestos, y concluye: “Draghi parece estar sacando su Bernanke interno”.

La traducción incurre varias veces en el error de traducir “liberal” en el sentido anglosajón, pero en general la labor es muy buena, y, sobre todo, sus deficiencias empalidecen frente a un original que insiste en que todo el mundo político anhela “volver al laissez-faire”. Ni anhela, ni estuvo, ni estará.