Ficciones marxistas

Los colectivismos de derechas e izquierdas tienen una antigua norma: la manipulación de la historia. Recordemos que lo que el propio Marx reivindicaba en primer lugar no era haber descubierto una teoría económica sino las leyes de la historia, nada menos. Y de ahí el título del primer ensayo liberal que escribió Karl Popper: La miseria del historicismo. Esa vieja corriente ha ganado vigor en los últimos años, porque todas las crisis animan los instintos antiliberales, y el libro de Neil Faulkner [De los neandertales a los neoliberales] se inscribe dentro de ella, y es una de las muestras que hemos visto cuando estamos a pocos años de que se cumpla el primer centenario del socialismo real. Veremos más.

Aunque la refutación de la teoría económica marxista tiene más de un siglo,  aquí se la trata como una verdad revelada. Del mismo modo, sin argumentación alguna, se presenta la economía de mercado como la mayor catástrofe de la humanidad: “la historia del capitalismo es por tanto una historia de pérdida de derechos, desposesión y empobrecimiento”. Todo en el capitalismo es patológico, agresivo, belicista, imperialista. Y las instituciones de la libertad, nefastas, empezando por la más importante, la que más ha hecho por el bienestar de los trabajadores: la propiedad privada, que es perversa porque “veda a los demás recursos escasos”, como si su ausencia los multiplicara sin límites, y porque “permitió a unos hacerse ricos a costa de otros”, como si su ausencia garantizara lo contrario.

No hay ficción marxista que este libro no repita acríticamente, desde la lucha de clases como “motor de la historia” hasta el poder omnímodo de las empresas, “repartiéndose el mercado y fijando el volumen de producción, los precios y los beneficios”. Ya les gustaría, ya.

Si el socialismo tiene problemas es porque no se ha aplicado a la vez en todo el mundo, vieja consigna que, a tenor de la experiencia, cabe temblar por si alguna vez se concreta. Lo que se concretó, en cambio, fue la admirable Revolución Francesa. ¿Guillotina? Qué le vamos a hacer: “La pena de muerte era necesaria para desalentar el activismo contrarrevolucionario”.

Salva también Faulkner a Lenin y Trotski, como si no hubiese habido campos de concentración comunistas antes de Stalin. En tiempos más recientes, sus héroes son el Ché Guevara y Hugo Chávez. ¿Y el propio Stalin? Agárrese: es “conservador” y “centrista”. En cambio, son reprochados Salvador Allende por “moderado” y Ghandi por su “dirección liberal vacilante”. Sobre las monstruosas matanzas de trabajadores perpetradas por los comunistas en nombre del comunismo y con los principios del comunismo, la solución es sencilla: no eran comunistas sino “estalinistas” o, agárrese otra vez, “capitalistas”. De verdad. Dice que la URSS era capitalista, Cuba es capitalista y China es capitalista y ¡neoliberal! Supongo que debe darle vergüenza decir que la Camboya de Pol Pot no era comunista, pero, aunque no la califica de capitalista, su fino diagnóstico es que la carnicería desatada por los Jemeres Rojos fue culpa (agárrese bien, en serio) de…¡Estados Unidos! De Corea del Norte no dice ni una palabra, al menos en esta edición.

Los malos malísimos de décadas recientes son Thatcher y Reagan. Siempre ataca Neil Faulkner a Estados Unidos, a Israel y la Iglesia Católica, que se fastidió por culpa de San Pablo porque, vaya, por Dios (con perdón), el de Tarso se desvió y “adoptó una ideología conservadora”. Para las cruzadas utiliza la expresión shock and awe. Los terroristas del 11 de septiembre fueron terroristas, vale, pero la “agresión” de los EE UU fue “mil veces más letal que la de Al Qaeda”. Los musulmanes son respetuosos con las mujeres y los Hermanos Musulmanes son “relativamente liberales”. Y, en fin, Tiberio Sempronio Graco “fue asesinado por una banda de derechas”.