Bernanke adornado

Al revés de la máxima ignaciana, en tiempos de tribulación no solamente se hacen mudanzas sino también libros para justificarlas. Ben Bernanke [Mis años en la Reserva Federal], que acaba de dejar la presidencia de la Reserva Federal, pronunció en 2012 en la Universidad George Washington cuatro conferencias con objeto de que saludemos a los bancos centrales, en especial a la famosa “Fed”.

Malvado patrón oro

En la primera (“Orígenes y objetivos de la Reserva Federal”) se ocupa de su principal enemigo: el patrón oro, que “creaba problemas” y por eso el Estado crea la Fed. Después vino la crisis de 1929, y Bernanke no dice ni una palabra de cómo la propia Fed alimentó la burbuja de los años 1920. Esa es la tónica del libro: la intervención es la solución, nunca el problema. Sostiene típicamente que la deflación es lo peor de todo, con lo que el lector debe concluir que es mejor fastidiar al acreedor que al deudor, asunto no baladí cuando la historia de los bancos centrales es la del inflado de burbujas y la financiación de la deuda pública.

Su segunda conferencia (“La Reserva Federal tras la segunda guerra mundial”) ya llega hasta las hipotecas subprime, con este mensaje: “gran parte de lo que sucedió para que se crease la burbuja inmobiliaria o aumentase el precio de la vivienda fue psicológico”, lo que le sirve para eludir la responsabilidad de la política monetaria expansiva y su propia torpeza, porque no vio llegar la burbuja hasta que explotó. Era una cosa psicológica, al fin y al cabo, y “la política monetaria no tuvo un papel determinante en el aumento del precio de las viviendas”, aunque, eso sí, admite eufemísticamente: “creo que los tipos de interés bajos tienen cierta influencia en la asunción de riesgos”.

La tercera conferencia es: “La respuesta de la Reserva Federal a la crisis financiera”. Aquí la clave es elogiar lo bueno que hizo la Fed, porque o es evidente que fue bueno, o es evidente que fue menos malo que cualquier alternativa imaginable. Si Lehman cayó fue porque “no era un banco”, ergo, la Fed no era responsable de nada aunque sí ayudó a mitigar las consecuencias. Después vinieron Fannie Mae y Freddy Mac, que tampoco son exactamente bancos, y mucho menos lo es la aseguradora AIG, pero ahí sí que había que intervenir por el riesgo sistémico, es decir, para salvarnos de “un pánico generalizado”. A ver ¿quién se atreve a poner en duda que es mejor la intervención antes de un “desplome del sistema financiero mundial”? Pues eso.

Por fin, la cuarta conferencia (“Las secuelas de la crisis”) recoge un clásico del intervencionismo: si no funciona, la solución es…más. Una vez que la Fed crea la burbuja, no puede contenerla al final de la etapa de Alan Greenspan, viene el estallido, bajan los tipos hasta cero, no es suficiente y…toca “una política monetaria menos convencional”. Bernanke defiende su espectacular incremento de la base monetaria mediante la compra de títulos –de deuda pública, por supuesto. Y asegura que todo fue más o menos bien gracias a la intervención de la Fed. Es verdad que la recuperación no ha sido rápida, pero eso fue culpa de la sobreoferta del mercado inmobiliario, vamos, una cosa psicológica, nada que ver con las autoridades. Y al final, después de insistir en lo malo que es el mercado libre y el desastre que significa que quiebren grandes empresas y bancos, concluye, que la solución es…que quiebren.

Dicen que Ben Bernanke está escribiendo otro libro. Lo comprendo. Su labor es difícil de justificar, salvo cuando sorteó la crisis de liquidez en torno a Lehman, pero eso apenas cubre unos meses de una gestión de ocho años, y por eso confunde los plazos y utiliza a Bagehot para justificar cualquier intervención de cualquier tipo y duración, que está lejos de lo que el viejo periodista y economista británico defendió en Lombard Street. Sospecho, eso sí, que Bernanke tiene una legítima preocupación por la custodia de su imagen en el tiempo, porque él sabe cómo terminó Greenspan, al que llamaron antes igual a como lo llaman a él ahora: “maestro”.