El destacado escritor Juan José Millás criticó la reducción de “las ayudas económicas al cine, al teatro, a la música, a la educación, etc.” con un doble argumento. Afirmó en primer lugar que es una conspiración, un “ataque político a las formas de vida”, porque la cultura no es una actividad como las demás, y no se consume como “una lata de berberechos”. En segundo lugar, recurrió a una tesis económica: no se debe recortar el gasto público en cultura porque “la cultura garantiza puestos de trabajo, genera actividad económica e influye en el PIB”.
Ayudas y recortes
La primera idea deriva a mi juicio de una faceta característica del llamado mundo de la cultura: la arrogancia. Se creen superiores a los pescadores de berberechos y a los hombres y mujeres que se dedican a enlatarlos, transportarlos, venderlos y consumirlos. Esa superioridad adopta una variante paranoide cuando gobiernan partidos de derechas, votados por esos mismos trabajadores, y reducen el gasto público en cultura. Nadie se pregunta, por supuesto, por qué hay que “ayudar” a un actor y no a una pescadora de berberechos. Tampoco se analiza el (por cierto, pequeño) recorte del gasto como un ajuste derivado del derrumbe de ingresos u otras peripecias de la Hacienda. Lo que sucede es que la culture se pone estupenda y solemne, y habla de persecución contra “formas de vida”. Por cierto, las formas de vida de las trabajadoras de la industria del berberecho, y los impuestos que pagan para subsidiar la cultura, no parecen inquietarles.
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