Sabedor de mi defensa liberal de la religión como “fortaleza civil” frente al poder, mi amigo Pablo Atienza me pasó, con insidiosa intención provocadora, la Carta Pastoral que firmó en 1946 el famoso arzobispo de Sevilla, el cardenal Segura, con el título: “Los bailes, la moral católica y la ascética cristiana”.
La absurda severidad y la Iglesia
Es difícil, en efecto, no sonreír ante la absurda severidad del prelado burgalés y su condena a “la afición desmesurada a los bailes”, que interpreta como “incompatibles, no sólo con la ascética y la moral, sino hasta con la decencia”. El propio cardenal Segura recuerda que la Iglesia había criticado los bailes desde muy antiguo. Cita al padre jesuita Pedro de Calatayud: “El baile es un círculo, cuyo centro es Satanás”. Lo mismo pensaba el padre Claret sobre esos movimientos: “el demonio los inventó para perder a las jóvenes”; y añade que con objeto de combatir a los cristianos, los moros “restablecieron los bailes para pervertir a la juventud”. Por condenar, Segura condena hasta los bailes de caridad, y cita a monseñor Paredes, obispo de Puebla: “Gozar y divertirse para socorrer al que llora es inmoral”. Por cierto, en el Primer Concilio Plenario de la América Latina, celebrado en Roma en 1900, dichos bailes de caridad fueron prohibidos.