Tanto hablar de la igualdad y ahora resulta que exportar es bueno si lo hace España pero no si lo hace Alemania. Como no se puede exigir a los alemanes que no exporten, o que no pongan sus haciendas públicas en orden, que es lo mismo que se predica para los demás, se recurre a la tesis del exceso: Berlín ha practicado la virtud fiscal “a ultranza”, empobreciendo a los demás, y al final pagará el coste en términos de rescates y de menos clientes para sus productos. Las cifras europeas del tercer trimestre son esgrimidas como prueba de que Alemania hace las cosas mal y debe cambiar.
La clave del crecimiento no es la demanda
La ficción keynesiana predominante alega que el país germano se niega a reactivar la demanda doméstica, con lo que obstaculiza los esfuerzos de los demás para salir de la recesión. Pero no es la demanda lo que garantiza el crecimiento sino la inversión productiva y rentable. Por ejemplo, la dedicada por los alemanes a exportar más, lo que no tienen por qué ser dañino para España, que elabora componentes y productos que los germanos luego importan. Para potenciar la inversión y el crecimiento en Europa no es necesario que Alemania exporte menos y consuma más, sino que los impuestos, los gastos y la deuda bajen, y los mercados se abran, es decir, justo lo contrario de lo que han hecho los políticos europeos que ahora se quejan de Alemania. Es verdad que en parte han conseguido sus objetivos, que pasaban por reducir y centrifugar el coste político de las medidas de ajuste, logrado relajando la supervisión presupuestaria de la CE y animando al BCE a bajar tipos. Si la cosa no funciona, no se les ocurrirá la austeridad sino el “pragmatismo”, es decir, aún más gasto y una política monetaria aún más expansiva, a ver si, de paso, conseguimos devaluar el euro. Tengamos cuidado.
(Artículo publicado en La Razón.)