Dos apuntes desconsolados. Se marchó el verano, con lo que nos invade la melancolía ante la vacación añorada. Para colmo de males, el Gobierno incursiona cada vez más contra instituciones, derechos y libertades. Su más reciente tropelía: la absurdamente llamada “regeneración democrática” que, como editorializó nuestro periódico el pasado miércoles, es “una iniciativa que afecta a principios troncales de nuestro régimen de libertades”. En efecto, se trata de condicionar a los medios no afines para tapar la corrupción gubernamental. Ante esta doble adversidad, un verano que nos abandona y un poder que nos hostiga, propongo que evoquemos con nostalgia una preciosa expresión: sol de justicia.
El profeta Malaquías anuncia en la última página del Antiguo Testamento que “todos los arrogantes y malvados serán como paja, y los consumirá el Día que viene… Pero para vosotros, los adeptos a mi Nombre, os alumbrará el sol de justicia con la salud en sus rayos” (Ml 3, 19-20).
Aparte de este sentido simbólico que alude al juicio final, la frase, de amplio uso en la literatura, puede tener un sentido literal, que recoge el DRAE: “sol fuerte y ardiente que calienta y se deja sentir mucho”. A veces se combinan ambos significados, como cuando se alude a una antigua tortura que consistía en dejar a los reos a pleno sol durante un tiempo prolongado. Si sobrevivían, o no, era Dios, a través del sol quien habría dictado en última instancia la sentencia.
Pero en el sentido religioso el diccionario añade que el sol de justicia se utiliza también “para designar a Cristo”. Y esto abre una interpretación relevante para el sentido genuino y liberal de la justicia, que ha de ser como el sol: igual para todos.
Podemos recordar las primeras palabras del discurso de Pedro en casa de Cornelio: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato” (Hch 10, 34-35).
Nótese, ante todo, que es la persona la que practica la justicia, antes que el poder, porque la justicia es una virtud. Ahora bien, hablando de personas, volvamos al DRAE, que define “acepción de personas” así: “Acción de favorecer o inclinarse a unas personas más que a otras por algún motivo o afecto particular”.
Dios nos ama a todos, y no distingue entre sus criaturas. Como el sol, que calienta a todos. Como la justicia, que debería ser igual para todos, sin discriminación. No por casualidad su imagen es una señora con los ojos vendados, y su viejo lema es suum cuique: a cada uno lo suyo.
Por eso la igualdad ante la ley, la única igualdad justa, limita el poder, y por eso los antiliberales la aborrecen.