La Hacienda Pública de Estados Unidos tiene mejor imagen que la italiana. Convendría revisar esta idea.
Mientras la corrección política nos aturde con el pretendido liberalismo norteamericano, la verdad es que allí el intervencionismo es asimilable al de otras latitudes. Y la confluencia se ha acentuado en los últimos tiempos, merced a la absurda política fiscal de Joe Biden y sus secuaces, convencidos del mantra progresista de que perseguir a las empresas no daña a los trabajadores.
La última iniciativa de la Casa Blanca es la de aumentar el tipo del Impuesto de Sociedades del 21 al 28 por ciento con el argumento de que las empresas, en particular, cómo no, las grandes corporaciones, deben pagar lo que les corresponde, el famoso fair share, y que hay que revertir las bajadas aprobadas por los republicanos en 2017.
En realidad, aunque ni Biden ni nuestra izquierda parecen haberse enterado, las empresas trasladan los impuestos a los trabajadores, ahorristas y consumidores. Como resumió Chris Edwards, del Instituto Cato: “las empresas solo son un vehículo políticamente conveniente para recaudar impuestos que pagan los ciudadanos”. La reducción de los republicanos, como aumentó la base, hizo lo propio con la recaudación. Además, una fiscalidad moderada y sin excepciones es más eficaz y menos distorsionante que la idea de Biden, y de muchos otros gobiernos, de ayudar fiscalmente a algunas empresas o sectores, y no a otros.
En medio de todo esto, asimismo, el conjunto de las cuentas públicas estadounidenses muestra un claro deterioro, con respecto al pasado y también con respecto a otros países desarrollados. Y aquí hace su entrada Italia.
Mientras que EE UU tuvo en 2023 un deficit structural de casi el 9 por ciento del PIB, el más alto del G7, el profesor Tim Congdon, de la Universidad de Buckingham, apuntó: “la cifra de Italia, que es muy inferior, aproximadamente del 2 por ciento del PIB, podrá sorprender, porque desde los años 1980 Italia es considerada sinónimo de incontinencia fiscal”. Este economista anticipa que al final de la presente década la relación entre la deuda pública total y el PIB de ambos países será aproximadamente la misma.
Es obvio que se trata de países distintos, empezando por su tamaño y siguiendo porque Estados Unidos no solo tiene una moneda propia, de la que Italia carece, sino que es la moneda de reserva mundial. Pero Congdon matiza: “Esto solo vale mientras EE UU mantenga incólume su reputación de rectitude hacendística. ¿Qué pasaría si los tenedores extranjeros de títulos de la deuda pública americana se alarmasen ante el crecimiento de dicha deuda y procurasen desprenderse de los mismos? ¿Alguien ignora que cuanto más elevado sea el rendimiento de los bonos, más oneroso es el coste del servicio de la deuda?”.