Reseña de Daniel Lacalle

            Economista y gestor de fondos de inversión, Daniel Lacalle divide este jugoso y en buena medida autobiográfico libro en tres partes. En la primera explica cómo son los mercados financieros, y combate ficciones como que los inversores son infames que encarecen los alimentos para dañar a los niños: no lo hacen, y su actividad no domina los precios; una actividad, por cierto, donde muchas veces pierden. Entresaco estas perlas: “La ‘dictadura’ del mercado es un invento de países y entidades que han abusado del crédito fácil y barato y de la época de bonanza, y ahora quieren que siga la fiesta sin pagar más ni cambiar nada”. “El Tesoro no coloca con éxito. Le endeuda a usted”. Y mi favorita: “los mercados no atacan, se defienden”; en efecto, se trata de los ahorros de los ciudadanos en manos de profesionales, cuyo deber es protegerlos.

            De ahí el interés del relato de Daniel Lacalle sobre su propio trabajo, que se refleja en el título del libro: Nosotros, los mercados. Todos somos el mercado, integrado por nuestros ahorros y nuestras inversiones. La inmensa mayoría de nosotros, empero, prefiere que los manejen dichos profesionales. Lacalle es un ejemplo muy destacado de ellos, que deben cuidar a sus clientes, que les confían su dinero, vigilando con denuedo incansable dónde lo invierten. De ahí que sea perfectamente natural que reaccionen con precaución ante las noticias negativas o las previsiones de las mismas. Sería irresponsable, por ejemplo, que no lo hicieran en el momento en que saben o sospechan que los gobernantes de un país van a pasar de tener un superávit fiscal a tener un déficit de dos dígitos sobre el PIB, y de tener una deuda inferior al 40 % del PIB a tener una superior al 80 % del PIB. Ese país existe y se llama España.

            La segunda parte del libro aborda la crisis de la deuda y la gran mentira del dinero gratis. Aquí critica las bobadas de los políticos que pregonan que lo único que hace falta es que fluya el crédito, o que aconsejan un falaz equilibrio entre austeridad y crecimiento. Lacalle dice: “las políticas de estímulo son deuda. Y esas inyecciones de liquidez y tipos de interés artificialmente bajos son en el fondo un robo. Un robo al eficiente para financiar al ineficiente”. O recoge estas palabras de un bróker sin pelos en la lengua: “eso de que la deuda de un país no tiene riesgo es una imbecilidad: es la que más riesgo tiene porque se paga con impuestos, recortes y menos crecimiento”. No acepta las soluciones a la Krugman o Stiglitz: más gasto, más inflación, más deuda. Y recomienda no despreciar a los inversores ni pensar que “van contra España mientras que los políticos que nunca han cumplido sus compromisos son sus verdaderos defensores”. De ahí que se niegue a ceder mayores cuotas de nuestra libertad económica para que “los mismos Estados que nos han metido en esta crisis nos saquen de ella”.

            Recela también de los efectos benéficos de los llamados acuerdos sociales, y no comulga con la gran excusa para los rescates bancarios: “eso de que una entidad bancaria no puede quebrar porque crea riesgo sistémico es otra filfa. El único riesgo sistémico que se crea es entre sus cargos directivos”. Y, además de medir el impacto negativo del ingreso de los políticos en los consejos de administración de las empresas privadas, defiende la austeridad pero no la subida de impuestos: “la única solución para España es la reducción de la deuda, no del déficit. Y eso sólo se hace desde el gasto”.

            Esto tiene una gran importancia, porque es precisamente en lo que no se piensa: lo habitual, en efecto, es creer que la subida de impuestos es inevitable y que la reducción sustancial del gasto público es imposible. Falso como una moneda de dos caras. Lo que en realidad sucede, dice Daniel Lacalle, es que estamos (empezando por los que mandan, claro) tan enganchados a la deuda como el drogadicto a la droga, y compartimos las ficciones con las que el enfermo se autoengaña, desde negar el problema hasta fantasear con que siempre tendremos asegurado el suministro de la cocaína de manera ilimitada y a buen precio, pasando por el clásico “no te preocupes, yo controlo”. Y en esas estamos: la demonización de Alemania, que en su  maldad no nos financia, o del Banco Central Europeo, que no adquiere cantidades navegables de deuda pública española y no nos sigue prestando dinero gratis, son síntomas del adicto que despotrica contra el “camello” en vez de mirar su propia viga de deuda. Aquí es cuando florecen los más llamativos disparates, y los mismos que antes eran elogiados como sensatos “inversores” porque compraban nuestra deuda, son condenados como pérfidos “especuladores” porque desconfían de nuestras autoridades, con toda la razón del mundo, por cierto. Como he dicho muchas veces: el mejor amigo del hombre no es el perro sino el chivo expiatorio. Y en estos años del final del delirio crediticio, lo hemos visto repetido una y otra vez: si las cosas van bien, todo es mérito de los gobernantes, pero si van mal la culpa es de los mercados que nos “penalizan injustamente”.

            Tras leer este libro, usted ya no se tragará estos cuentos: no necesitamos simplemente que fluya el crédito, sino una economía sólida en condiciones de invertirlo bien, y de devolverlo. Precisamente estamos en crisis porque el crédito fue artificialmente abaratado, la deuda creció excesivamente, se invirtió demasiado y demasiado mal, y ahora debemos “desapalancarnos”. El Gobierno, en vez de ayudar, ha aumentado sin cesar la deuda pública y ha subido los impuestos. Lógicamente, la débil recuperación se frenó y estamos otra vez en recesión.

            ¿A dónde nos deja este proceso de endeudamiento enloquecido y de malos ajustes que han subido los impuestos? Interrogado por Manuel Llamas en “Libertad Digital” sobre este asunto, sobre el punto de la crisis en el que nos encontramos, Lacalle respondió con un razonamiento que sintetiza esta parte del libro: “España está en el año tres de la crisis japonesa, que es cuando reconoció el problema de la banca y cuando comenzó a tomar medidas para tratar de frenar el agujero financiero. Aún estamos en la fase de reconocimiento del problema y cauterización de la herida. Por ello, España aún tiene un largo proceso de desapalancamiento por delante, sobre todo si se tiene en cuenta que fue el único país de la OCDE que, conscientemente, trató de redoblar la apuesta por la burbuja en 2007 mediante más endeudamiento, obra pública, gasto, construcción, etc. No sólo hemos perdido cinco años de solución del problema, sino que, además, lo agrandamos. Aún estamos en pleno proceso de limpieza y saneamiento, pero eso lleva mucho tiempo”.

            En la tercera parte, Daniel Lacalle habla más en profundidad de su negocio en concreto: los “hedge funds”. Tienen mucho interés sus explicaciones y sus consejos prácticos: no se pierda el capítulo 36 con las diez reglas de oro a la hora de invertir. Y tiene mucha razón en esta advertencia: echarle culpa de la crisis a los fondos de inversión es como echarle la culpa de la mala comida al camarero en vez de al cocinero y dueño del local: los gobiernos y los bancos centrales.