Desde Adán y Eva y sus chavalitos, muchas familias tienen problemas con sus integrantes descarriados. Que se lo pregunten a Caín. O a los Corleone. O a los Soprano. O a Marty y Wendy Byrde, protagonistas de la serie Ozark. Pero subrayar allí los valores familiares es ir demasiado lejos, porque, como ocurre en este último caso, resulta que el matrimonio Byrde es, en palabras de Stuart Jeffries en The Guardian, “la pareja más malvada desde que el bosque de Birnam subió por la colina de Dunsinane”.
Los Byrde se instalan con sus dos hijos junto al paradisíaco lago Ozark en Misuri, adonde Marty, con la creciente complicidad de su señora, va a dedicarse al bonito trabajo de blanquear dinero para los salvajes asesinos mexicanos de un cártel de la droga encabezado por un mafioso de manual llamado Omar Navarro. Para ello los Byrde se lanzan a invertir en actividades legales, empezando por un bar y un local de striptease, y terminando por un casino flotante. Sin olvidar una funeraria, empresa extremadamente útil para deshacerse de los cadáveres.
Porque los personajes de la serie son fundamentalmente criminales, ladrones, mentirosos, y corruptos. La cumbre de la pirámide del mal son los narcotraficantes, pero de ahí para abajo no parece haber nadie honrado, ni el sheriff, ni los políticos, ni los sindicalistas, ni los empresarios, ni los vecinos, ni el FBI. Prácticamente nadie.
Eso sí, se nos aclara que la gente quiere ser buena, incluso Omar Navarro. Y por supuesto los protagonistas, cuyo anhelo es lavarse a sí mismos, promoviendo la Fundación Marty y Wendy Byrde, que dedicará sus cuantiosos millones obtenidos gracias al lavado del dinero de la droga al noble objetivo de (vamos, ¿no lo adivina usted?) rehabilitar drogadictos.
Algunos han caído en la tentación de calificar a la gente que aparece en la serie como anti-héroes, un error que se ve potenciado porque promueven los afectos y los valores familiares, quieren adoptar niños huérfanos y se desviven por sus hijos. Wendy le comenta a Marty a propósito de la hija mayor de ambos, Charlotte: “Le hemos arrebatado su vida. Todo lo que creía seguro era mentira. Debe regresar a Chicago, porque este lugar es la muerte”. Lo dice seriamente preocupada, y como si ella misma y su marido no hubieran desatado con sus actos el horror que amenaza a esa familia que tanto le inquieta.
Pero una cosa es encariñarse con los Corleone –humanos, vulnerables, como nosotros– y otra cosa es olvidar que son una pandilla bestial. Libby Emmons subrayó en The Federalist: “Proteger a nuestra familia de los pecados que voluntariamente cometemos no es un acto de valentía”.