Defiendo que liberalismo y religión son esencialmente conformes. Dos trabajos recientes al respecto, “Liberalismo, gracias a Dios” y “Venerable síntesis liberal”, pueden consultarse aquí: https://bit.ly/3MFYpgO. Mantengo mi posición tras leer el profundo estudio de Elio A. Gallego García, La teología política de John Henry Newman, que publica CEU Ediciones.
Newman asoció el liberalismo al Estado intervencionista moderno, que con acierto critica el profesor Gallego, porque, como Dalmacio Negro, distingue entre “un liberalismo estrictamente político y vinculado a la tradición occidental del gobierno limitado, compatible con la libertad política, y el de origen racionalista y constructivista que tiene en el Estado moderno su gran referencia”.
Por tanto, el liberalismo que combate el santo Newman es el que somete a la Iglesia al poder civil, y reduce los cristianos a su obediencia. Por eso tuvo Newman que abandonar la iglesia anglicana, porque “una Iglesia meramente local, sin anclaje universal, nunca sería una realidad superior al poder político, que, por definición, pretende ser la máxima instancia soberana sobre un concreto territorio, por lo que difícilmente podría impedir su dependencia de éste”.
Si Newman declaró “pertenezco al partido antiliberal” fue porque interpretó el liberalismo como indiferente u hostil a la religión, como a menudo fue en el siglo XIX, amparado en la Ilustración racionalista continental que no concebía la comunidad libre con un fundamento religioso. Newman no acepta esto, alega que una religión confinada en lo privado acaba con la libertad, y rechaza un liberalismo que “considera que un orden político justo se sostiene sobre sí mismo, sin más punto de apoyo que la sola razón y voluntad humanas”. Tiene que haber algo más, que evite el nihilismo en el que desemboca el racionalismo: “Es la religión la que completa al hombre”.
Constituciones históricas
Newman es liberal porque desconfía del espíritu revolucionario y alaba las viejas constituciones históricas, como la inglesa o las de los reinos de España. Cree, eso sí, que se desvían cuando usurpan el poder ejecutivo, lo que amenaza las libertades, “pues la seguridad de dichas libertades depende de la separación de los poderes ejecutivo y legislativo, o de que los legisladores estén sujetos a las leyes y no sean sus ejecutores”. Algo parecido, subraya el profesor Gallego, a Donoso Cortés, que criticaba el parlamentarismo que “se arroga un poder más allá de la representación del cuerpo social”. Los antiguos parlamentos, decía Cortés, no eran el poder, sino “una resistencia orgánica y un límite natural contra su expansión indefinida”.
La creencia, en suma, en la religión y las tradiciones que frenaban al Estado y protegían la propiedad y a la Iglesia, sitúa a Newman firmemente en contra del absolutismo, monárquico o democrático, y a favor de la libertad.